Encontrándonos/ A Meeting.

El día a día/ The days we're living, Lo que he visto/ What I've seen, Los días idos/ The days gone, Música/ Music

   Hace unos días, en una tarde en la que hacía más fresco que calor, más sol que nubes, pero en la que se podía percibir ese cambio de tiempo tan característico de Santiago de Compostela, con viento revuelto, el sol jugando al escondite con las nubes, y un ligero tinte grisáceo sobre el rosa del atardecer, me encontré con Anita Tef y Cris Montes.

   En una cafetería que ya tiene solera (sí, fui testigo de la apertura…, mejor dejemos el tiempo como está) quedamos para encontrarnos, en el viejo Santiago, aquel en el que aún hoy me emociona descubrir rincones ocultos, sorpresas de una arquitectura que estuvo hecha para acoger, apabullar, homenajear y disfrutar, y que ya no sabemos realizar.

   Como tengo costumbre, llegué un poco antes. Sufro de una rara obsesión con la puntualidad, y en un país como España eso es una incomodidad. La admiro tanto como las buenas maneras; de hecho, creo que es una expresión de modales adecuados, y nada me soprende más que una persona educada. Y, sí, cada vez hay menos. Quizá por eso mi admiración se acrecentó cuando ambas llegaron en punto, con sonrisas incrustadas en la cara.

   Qué maravilla. Para ser tres personas que se conocen y cuyo intercambio (salvo una excepción, que nos llevó a conocernos en la red) es virtual, aquel encuentro me resultó agradable y encantador. Dos mujeres inteligentes, de personalidad muy determinada y caracteres complementarios, que enriquecen la vida de aquellos que tienen la fortuna de disfrutarlas a su lado, y yo, comenzamos un vals de acercamiento y reconocimiento que, para mí, fue una delicia.

   De naturaleza reservada, Cris analiza con su mirada todo lo que ocurre; tiene temperamento de ardilla intelectual: todo le llama la atención y todo lo capta, con una memoria asombrosa. Ana, más expresiva e inquisidora, quiere saberlo todo de forma directa y sin adornos. Ojos chispeantes, sonrisas francas, curiosidades mutuas.

   Frente a unas bebidas que no fueron completamente de nuestro agrado (salvo Anita), confirmación de que nada es como una vez fue, la conversación fluyó de manera animada. Tanto, que nos fuimos de paseo por las calles de la ciudad entre comentarios y bromas. Recorrimos aquellas calles de piedra eterna, y parte de las renovadas de asfalto, sintiéndome muy bien acompañado, sin duda, pero a la vez como atraído por un filtro del pasado que me dejó de muy buen humor.

   Caminando con ellas, hablando de nuestros problemas de hoy, de trabajo, relaciones y sentimientos, me embargó la sensación de estar bailando un vals fluido, lleno de notas reconocidas y encantadoras. Quizá es lo que sentimos cuando nos embarcamos en relaciones con personas interesantes, de rango vital similar, de vivencias en común y que se encuentran, asombradas, de que algo así pueda ocurrir. Cansado a veces de cierta mediocridad (de la que formo parte, como todo en nuestro día a día), encontrarme con personas estimulantes, de verbo fácil y pensar profundo, en una tarde para mí maravillosa, fue un regalo del que estaré eternamente agradecido a Cris Montes y a Anita Tef por habérmelo obsequiado.

   Viví sin querer los veinte años que llevo en la ciudad entre el viento, el sol, las nubes y la compañía estupenda de estas dos mujeres que obraron para mí ese milagro del reencuentro y del encuentro entre lo que fue y lo nuevo, entre lo que fui una vez y lo que hoy soy.

   Una tarde maravillosa, con la mejor compañía, en una de las ciudades más bonitas de Europa…

   ¡Qué felicidad!

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