– La luna y las estrellas.
– El amanecer envuelto en rosas suaves, entre nieblas tenues como encaje.
– El ocaso, con su útero azafranado, sus bordes azul océano y los grillos atrayendo a la noche que llega.
– El mar sereno, el mar embravecido. La costa. La playa de arenas cambiantes, rubias o plateadas. El agua entre los dedos. La danza líquida sobre mi cuerpo al nadar. La ingravidez, la caricia sin complicaciones humanas. El amor fluido.
– Un beso nunca dado.
– Una promesa.
– Un sueño.
– Dormir con entera libertad, sin ataduras ni límites. Entre tejidos suaves y firmes, cálidos y de tenue olor, como la piel.
– Un perfume.
– Musica: el amor de las notas que crea universos de sonidos y emociones, que tatúa su peregrinaje en la epidermis, que eriza el vello ralo, que desciende sentimientos como epifanías dejándonos saciados y plenos.
– Algo dulce.
– Algo salado.
– El vinagre. El aceite. El agua. La cocacola. El chocolate. El hojaldre.
– La pereza. No hacer nada. Pensar. Y a veces ni eso. E imaginar. A veces vivir a través de esos entramados, que son meros pensamientos, vivencias profundas y comunes.
– Un cuerpo bello. Un hombre con poso. Una mujer entera. Un niño. El proyecto de una vida. A veces su final.
– La arquitectura.
– El arte.
– La concepción, esa maravillosa danza de fuerzas desconocidas que hacen nacer brazos y piernas, ojos y oídos, lenguas y sexos, pensamientos y humores dentro de un útero, en el centro de una mujer. El nacimiento. La Naturaleza del hombre, tan ajena al hombre y tan perfecta. Y la muerte.
– La perfección que nunca se consigue.
– La maravillosa imperfección, un mundo de promesas siempre a punto de cumplirse.
– La vida. La vida de los demás, que no es ajena.
– Un libro. Una buena historia, que no requiere ser alabada por muchos. Unas líneas con sentimiento: eso es una historia. Un fragmento inconcluso, un poema. Una narración concentrada. Una obra perfecta. Todo aquello que, escrito, enganche la imaginación y la haga volar.
– Viajar. Con el cuerpo. Y a veces con el cuerpo y la mente. Ver las maravillas, palpar el roce de la piedra, el deslumbramiento de un rayo de luz a través de un vitral; sentir de cerca el olor del campo, el sentido de una sal extraña, los usos y costumbres ajenos; el sonido de una ciudad, el aroma del silencio. Viajar, conocer, aprender y disfrutar siempre es posible, aunque sólo la inamovilidad nos visite.
– El amor de los amigos, que es casi único. El de los que están siempre y aquellos que, en la distancia, lanzan conjuros de cercanía. Los que se han ido y desparecido entre la maraña del tiempo pasado; aquellos por venir.
– La familia. Crisol de costumbres, de lazos irrompibles, de responsabilidades sinuosas como arena de desierto.
– Una película clásica.
– La chimenea encendida; el olor del roble y del pino crepitando en esa metamorfosis del fuego. Y la lluvia a raudales tras las ventanas. Y el cielo gris y malva, lleno de agua. Mundo líquido, agua que cae.
– Un jardín asilvestrado. Flores. Manzanilla. Lavanda. Rosas. Cipreses. Castaños… Un jardín imaginario que habita en mi mente y en el que me pierdo a veces, porque siempre acaba en el mar.
– Un sueño. El que sea. Porque ya no tengo.
– Salud. El motor, la base, la causa de estar vivo. Y la Enfermedad como símbolo, como camino de entrega.
– La primavera llena de vida; verde y blanca, rosa y azul. Días eternos, noches satinadas.
– El otoño. Noches largas llenas de azafrán, hojas que lentas caen perpetuando el contrato de la vida. Bayas. Verdes tenues; rojos y rosas; amarillos y azules rebeldes. Viento y lluvia. Y el día que barre a la noche con una facilidad divina.
– La seda, el lino, el algodón. La batista, el terciopelo, la lana peinada de sus pelos de loca.
– Una voz grave que no volverá. Una voz grave que se acerca.
– No esperar nada de la vida y aspirar a todo. Conseguir a veces nada.
– La buena voluntad. La responsabilidad. El verdadero sentimiento de ser útil; no dejar que la vida de alguien, que nos pide auxilio, pase de largo. Sentir con la cabeza y pensar con el corazón: todo está conectado.
– Los recuerdos idos y bien idos. Todo lo que ya no volverá. Y qué bien que no lo haga.
– La risa profunda, el saber alegre. La sencillez y la elegancia: todo está relacionado.
– Una palabra dulce. Un susurro en el oído que pregunta de repente: ¿Qué pasa? Y el silencio posterior, perdido en un abrazo. A veces basta con oír. A veces sólo con querer estar ahí.
– Los ángeles.
– Lo inmaterial. El hombre escondido, oscuro, que pierde peso en la vida, porque lo gana en la Eternidad.
– La dureza y frialdad del mármol, que cobra forma de estatua, brío de vida, ojos de vivencias.
– Lo blando y la levedad de las plumas, del pelo de los animales, de la piel de las personas. Y a veces sus ojos y a veces sus labios. Y a veces todo lo demás.
– Bailar.
– Escribir.
– Y amar.