Respiras lentamente. Los párpados cerrados, las mejillas delicadas, la boca entreabierta en forma de beso o comunión.
Estás boca arriba. Un discreto sonido emerge de tu garganta dormida. Apenas te mueves, y por debajo de las sábanas se dibuja tu bello cuerpo todo corazón.
Me gusta ver tu piel cuando brilla la luna. Se refleja plateada y se funde hasta tocarte y confundirse contigo. Me gusta tocar tu piel cuando viajas en sueños, cuando abandonas toda lucha de vida, todo instante de pasión y eres más tú que nunca. Cuando la locura cede paso a la ternura, y tus brazos yacen fláccidos por tu cuerpo serpenteante y vivo, y tus piernas hacen un ovillo con las almohadas y el edredón.
Al abrigo de la noche, después de cubrirme con tu cuerpo, consigo alcanzar la paz. Y verte dormir, tan libre y sin esfuerzo, colmados los deseos de día a día, olvidado los esfuerzos inútiles que no consiguieron fruto, o aquellos que, tras materializarse pronto se abandonan, me tranquiliza. A mí. Y la noche consigue un hechizo aún más poderoso al mantenerme a tu lado, al permitir que llene mis ojos de tu cuerpo y que sienta, sin contacto, cada rincón de piel, cada hálito, cada grito, llenando mis ansias, sofocando mis temores.
Qué suave cae la noche sobre tu piel. Y tu pelo sedoso y esa sombra de barba que apenas se destaca en la oscuridad. Y suave es la carne que te cubre y el sabor de tus labios y los años que pasan sobre nosotros como un sueño. Como un milagro.
Suave es la noche cuando duermes a mi lado. Después de que todo se haya hecho posible. Después del sueño aturdido de la pasión y del cansancio.
Respiras con lentitud. Apenas humedeces esos labios pletóricos de besos. Mueves tu cuerpo de mapamundi y parece que llenas el universo vacío de nuestra cama. Acabas de lado, con tu rostro apoyado en mi hombro. La luna nos baña entonces, persiguiéndote. Y todo brilla como la plata: tu piel y la mía, una sola piel, un mismo cuerpo que se reconoce en la noche, una misma intención y un mismo sueño.
Qué suave es la noche que navega por la ventana. Qué vacío de estrellas. Porque están en nuestra cama. Y la luna llena entra repleta a nuestro encuentro, y su encaje de plata nos envuelve en su océano y nos arrulla, suavemente, en esta singladura hacia el amanecer. En este viaje hacia el alba, cuando vuelvas a abrir los ojos y me veas sonriendo, con algo de ojeras, y el corazón en la boca deseando más. Y nuestras pieles se unan de nuevo, brillantes y sedosas, dando la bienvenida a un nuevo día.
Pero mientras tanto duerme, duerme, amor mío, con tu desnudez apoyada en un mar de plata y tu rostro sobre mi hombro de seda, y nuestras pieles unidas dándose calor.
Suave es la noche…
Qué felicidad.
Que bonito es dormir junto a alguien.