Siempre he pensado que la soledad es útil. Para mí sin duda lo sigue siendo: una forma de limpieza, de descanso. Sin embargo, desde que estamos juntos, pierde valor el silencio único, y el silencio compartido que nace (lleno de ecos y de ruidos de tu voz de terciopelo oscuro) es fuente de serenidad, incluso de deseo. Contigo, que todo lo compartes, un pensamiento es un binomio aunque siga siendo personal; y un temor, un hecho que le sucede a otro y se analiza con la tranquilidad de dos mentes unidas.
A veces, a pesar de todo, parece que la individualidad se resiente; cuándo deja de ser placer la presencia de ese Otro que respira a la vez, que nos complementa.
Dime, ojos de miel y desierto, sólo a veces: ¿es posible cansarse de mí?
No dudo de tu cariño; dudo de mi integridad. Pues el amor derramado puede llegar a cansar, a hartar, como un brazo lánguido abandonado sobre un pecho que descansa.
Sin embargo, y de cualquier forma, te haré chantaje. Mi soledad ha cobrado tu forma; mi nombre, tan contenido en el tuyo, resume el pensamiento, el sentimiento y la acción: sin ti apenas brillaría. Tu contacto, como el del Sol, calienta y hace crecer. No es de extrañar que los demás deseen estar a tu lado. Y yo, siendo así, ¿qué más puedo hacer?
Sabes que te quiero, que intento integrarme en ti, y tú en mí. Nos complementamos, nos entendemos.
Tú eres la fuente; yo el recipiente. La copa y la boca, que bebe y besa: así somos tú y yo.
Jamás una comunión igual se erigió en mi vida. En esta vida que también compartimos. ¿No sería fascinante investigar el pasado? Sin duda lo sería menos que vivir este presente a tu lado.
1997