Confíe en ti. Eras una referencia en mi día a día, en mis esperanzas. Podía acabarse el mundo y allí estarías, sereno, oteando el horizonte de un futuro que compartiríamos. Creí que me respetabas, o cuando menos que me tenías más en cuenta, pero me equivoqué. Y no es tu culpa: yo acepto mi carga, mi responsabilidad y mi dejadez.
Desde que te conocí confíe tanto en ti que dejé de creer en mí; tú eras el único que podía detener mi llanto y eso me asombraba; tú eras el único que me hacía sentirme protegido y, extrañamente, querido y mimado. Y eso que nunca alzaste tu mano para tocarme, que nunca me veías a los ojos y esquivabas mis sonrisas. Pero lo hacías. Y no me di cuenta, no quise darme cuenta. Y esto que ha pasado no es más que un reflejo de un abandono que nunca debió ocurrir.
En esta esquina en la que me encuentro, tan distinta de aquella en la que el sol brillaba en tu pelo, te veo pasar de mí como un apestado. No hay más risas en tu boca ni más luz en tus ojos, ojos que no se dirigen a mí ni para pronunciar mi nombre. De hecho, me he quedado sin nombre, tú te lo has llevado todo…
Y estoy asustado porque no sé qué hacer. No sé hacia dónde dirigirme. Clavado en esta esquina, en medio de personas que nada saben y que saben de sí mismas, juro que soy incapaz de descifrar ni una línea de mi Destino, si es que mi destino existe, y no puedo encender ni la llamita de un amor propio que yace enterrado en medio de unas cenizas que pesan como el plomo.
Tu amor corta afilado y certero, como un bisturí nuevo y cruel, pues ni brota sangre de la herida. Me veo el pecho surcado de cicatrices y ni siquiera me asombra verlo así, despojado de forma humana, de latido y de corazón. Ahora mi corazón late en mi boca, se desborda en mis ojos y se calla para siempre, mudo al verte pasar por esa calle que antes era nuestra, que ambos frecuentábamos.
Pero ahora, desde esta esquina diferente en la que veo la vida pasar, escondo mi propia existencia como si fuese un error, y callo y lloro y suspiro e intento dilucidar el brillo de las estrellas entre las nubes, y seguir a la luna tímida que se escapa por las esquinas con intenciones desbordadas y ácidas.
Puedo decir que te amo; puedo decir que me has abandonado; puedo decir que confié en ti y que me has engañado. Todo eso es cierto, pero de nada de vale, viendo la vida pasar desde esta otra esquina, como si fuese un muerto sin vida. Porque sólo yo soy responsable de haberte creído, de haberte dejado manipular mi vida y de haberte querido. Nadie más. Y qué dolor me da saberlo, y qué orgullo herido, y qué soledad tan grande. Pero es la verdad, y ya no puedo mentirme. Nunca más podré, gracias a ti.