La historia de la humanidad es una lucha: por vencer, por conquistar, por imponer. Y es pendular: lo que una vez se rechazó pasa a ser el pensamiento dominante y la sociedad, como identidad unitaria, se abalanza sobre esas características y las impone como leyes. Pero las leyes se las pudre el tiempo, así como se deshace de todos nosotros, y esa angustia por manipular, conquistar, poseer, manipular, por evitar que la Vida se escape y evolucione a contragusto, es baladí. A veces nos damos cuenta pronto; pero la mayoría, sólo con nuestra muerte comprendemos quizá la única verdad universal: la vida es un teatro, nosotros un mal chiste, y todo daño y todo acto cruel deja un poso profundo de heridas que sólo contribuyen a la perversidad del mundo, no a su evolución.
La vida parece que no cambia. Pero lo hace. En un momento (¿cuál no ha sido el momento?) lleno de conflictos, en el que injuriamos y herimos y dañamos a los demás, un día como hoy todavía sigue siendo necesario. En un instante de la historia en el que insistimos ser diferentes porque hablamos un lengua distinta, porque vivimos en un lugar inigualable, porque somos de un color o de una raíz o de un género incomparables; parece que no hayamos aprendido nada. Pero no es cierto. Los albores del nuevo siglo han dado a luz una filosofía barata: el Buenismo, el Igualitarismo, que es falsa. Pero sobre todo han traído consigo una necesidad subterránea, una aceptación única que afecta, por primera vez, y de forma mundial, a todos por igual: la Comprensión.
El exceso de información es tan dañino como la manipulación mediática a la que nos vemos sometidos. Pero nos da la magna oportunidad de tener Libertad: para indagar, para sentir, para vivir, para convivir, para conocer. Para alguien que ha huido (sin saberlo en su momento, y ahora conscientemente) de las etiquetas, pues sabe que la vida, en su continuo, no tiene barreras ni límites, es la maravilla máxima.
La fluidez del presente, pese a todo, es una marea que barre con todo. Pero sobre todo, con el Miedo, con el Desconocimiento y, por tanto, con el Odio. La era de la Comprensión ha llegado, pero su asentamiento, como ocurre con todo lo humano, es un proceso lento, una sedimentación inevitable, pero tranquila.
Mientras ese día llegue, necesitaremos siglas, normas, explicaciones. Pero sobre todo, identificarnos con los demás, comprender a los demás, y dejarlos vivir una vida que nunca es fácil, pero cuyos ecos se requieren para hacer, de la masa humana vulgar, algo digno de llamarse eterno.
Empecemos a derribar divisiones, a dejar de creernos especiales, a disfrutar de la inmensa variedad de la Naturaleza, que no está para ser juzgada (está por encima de eso), ni manipulada, ni destruida (está por encima de eso), sólo para ser vivida, experienciada, aprovechada y evolucionada.