Todo estaba oscuro. Me había acostumbrado al frío. Mis brazos apenas se movían, y mis piernas, congeladas, ya no las sentía.
El pecho ascendiendo con lentitud, como pidiendo permiso. Y el corazón sin latido. Apenas notaba la sangre en mis arterias y calor en los dedos.
Hasta que apareciste tú.
Y la felicidad me llegó de repente como una ola de calor.
Y la sonrisa floreció en mi rostro. Y la respiración que parecía de plomo se volvió de seda y de caricias.
De repente me sentí vivo. Y gracias a ti.
Gracias a ti, así de repente, algo nuevo empezó.
Amor.