Los archivos del Pentágono: algo más que ética periodística

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cine

La nueva película de Steven Spielberg: The Post (Los archivos del Pentágono) es algo más que una cinta reivindicativa sobre la libertad de prensa, la responsabilidad de un periódico de contar la verdad (¿qué es la verdad?), y retratar los convulsos tiempos de un mundo revuelto. Algo más. Y no tiene que ver con todos sus actores, su factura, su puesta en escena, ni siquiera con la acertada creación en un momento de la Historia particularmente similar al que narra. Lo que para mí tiene de poderosa esta cinta es lo que revela, lo que nos muestra a pecho abierto: que nuestros dirigentes mienten, que nos manipulan, que debemos ser siempre, siempre, dueños de nuestro pensamiento, alejarnos de ideologías y partidos; exigir la firmeza, la máxima calidad ética de nuestros gobernantes sin mentirnos, sin engatusarnos ni amedrentarnos.

Pero sobre todo, porque es un relato de liberación personal, de sacrificio y cambio, de aceptación y encarnación completa de nuestras capacidades como seres humanos. La clave de la cinta no está en sus magníficas escenas grupales, con la toma de decisiones que pueden cambiar un mundo, si no en dos momentos únicos: el diálogo entre Sarah Paulson y Tom Hanks (marido y mujer), en el que ella resumen la vida del personaje de Meryl Streep con una sencillez aplastante y verídica y el momento en el que el personaje de Meryl Streep se libera, se da cuenta de su capacidad y decide tomar las riendas del mando, que son en realidad las de su vida.

The Post (Los archivos del Pentágono) es muchas cosas, todas emocionantes, reivindicativas, quizá hasta nostálgicas, pero es en realidad la llegada a la madurez de una persona valiente, válida, capacitada, que no sabía que lo era, arropada como estaba, por ser mujer, entre el criterio cerrado de un mundo masculino. Un personaje que se sobrepone a las pérdidas, las decepciones, a la minusvaloración continauda, y se alza libre, única y poderosa, llena de posibilidades en las que ni ella misma creía.

Ni la prensa tiene siempre la razón, ni la libertad de expresión debe ser juguete baladí (como vemos ahora mismo en nuestro país ante una obra de arte ofensiva y supuestamente transgresora, una estupidez elevada a importancia en nuestro pequeño mundo miope), ni mucho menos los políticos deben seguir campando a sus anchas manipulando a la gente, engañando al pueblo, desviando la atención de los problemas reales, malgastando el erario público en sostener un aparato que sólo conviene a sus intereses y no a los del país. Pero una cosa sí es necesaria: la prensa debe ser libre, los periodistas no deben casarse con nadie (algo que escasea en nuestro momento), no deben ser palmeros ni látigos, si no observadores y transmisores de la verdad (¿qué es la verdad?) y por encima de todo, debemos ser libres y conscientes de nuestra valía y alejarnos de cuanto influjo tóxico nos pueda dañar.

The Post es muchas cosas, pero sobre todo (para mí) es un canto a encontrarse con uno mismo, asumir nuestras responsabilidades, conocer nuestra valía y a volar confiados en nuestro talento. Siempre nos podemos equivocar, pero seremos nosotros libres de hacerlo. Y, desde luego, también de acertar, como hizo Katherine Graham primero con Los archivos del Pentágono y posteriormente con Watergate. De ser una ama de casa de familia acomodada a abanderar un periódico que hizo historia. Esa es el verdadero corazón de esta película. Y que lata por siempre así.