En algún lugar/ Somewhere.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Medicina/ Medicine

IMG_6824En algún lugar podré sentarme y echar la vista atrás y seguramente asombrarme del tiempo que ha pasado.

Quince años desde que empecé a trabajar, primero como residente y después com adjunto de distintos grados laborales, en Medicina. Nada ha sido como lo había imaginado; el presente desde luego, y esa extraña nebulosas que es para todos lo que está por venir.

En todo este tiempo he sido aprendiz, a veces referencia, siempre sorprendido, familiar de enfermo y compañero. No espero haber estado siempre a la altura; cuando menos espero haberme disculpado a tiempo y aprender de los errores. De esos que nunca se olvidan. Porque nunca se olvidan.

Algún día me gustaría ver lo que ha sido mi vida y sentirme libre de este sentimiento de vacío y de inapetencia. En algún lugar de mi vida me gustaría darme cuenta que lo que he hecho ha valido la pena; que las noches sin dormir, los afanes; los malos momentos; la incomprensión, el acoso laboral; la denigración personal (por siempre breve, o tanto fugaz pues apenas me le di importancia alguna); los miedos, que los hay muchos; las torpezas; las intuiciones; los aciertos; las risas y el compañerismo hayan calado hondo y dejen en mí el gusto de lo vivido, el aroma de lo perfecto, el suave recuerdo de lo ido y nunca más necesitado.

En algún lugar quizá me dé cuenta que quince años de profesión son lo bastante para sentirme cansado, a veces triste y desanimado. Que es mucho tiempo para alguien que jamás se imaginó ejerciendo Medicina y que jamás pensó, ni en lo más recóndito, llegar a ocuparse de los pacientes más malitos de todo el sistema sanitario. Esa persona de dieciséis años que empezó un carrera por el prurito de saber cómo funcionaba la vida, quince años después de ejercerla, se ha dado cuenta del peso de la Vida y de la importancia de la Muerte; del pesado fardo de unos familiares que no entienden lo que ocurre; del miedo atenzante de un enfermo que pierde su dignidad de persona frente a la actuación sanitaria; del orgullo insano a veces d ella profesión y de sus frustrantes olvidos, un trabajo en equipo bien estructurado y las olvidadas gracias que casi nunca se dan, y cuanto menos se reciben.

Puede que en algún lugar de la vida me tenga tiempo para detenerme a pensar en todos los errores con los que he pavimentado ese camino. Errores de relación con mis colegas, con el resto del equipo sanitario y sobre todo y por encima de todo, con los pacientes y familiares. Echando la vista atrás parece que pesan más los momentos oscuros que los luminosos, y la tristeza que acarreo tiñe además de una melancolía difícil de definir. A veces sin ganas de luchar y a veces cediendo casi involuntariamente para mantener un silencio que en ocasiones es un voto sordo de apoyo y otras un símbolo de dejadez. Y el miedo constante a no sobrevivir a la pena, a la situación laboral, al estado de precariedad económica y finalmente a las responsabilidades familiares que se suman a las laborales, impuestas en el flujo continuo de la vida.

Quizá algún día llegue el momento de recordar las risas de madrugadas, los colacaos hirviendo o los trozos de bizcochos; las pequeñas fiestas gastronómicas con empanadas y embutidos a las cuatro de la mañana; así como las prisas, las actividades frenéticas, la labor constante por alcanzar Vida allá donde la Enfermedad ha hecho mella. Las discusiones vacías de generaciones que temen adquirir la responsabilidad que a veces me sobrepasa; y al alegría siempre única de encontrar, en la niebla de la madrugada, el equipo siempre listo, la sonrisa de un amigo, la labor siempre bien hecha de todos los integrantes de la UCI.

EN algún lugar pueda que vea esto como una de las mejores experiencias de mi vida, única e irrepetible. Pero por ahora no es el momento. Y espero que no necesite otros quince más para liberarme de este maremoto de sentimientos encontrados, de este sinsabor continuo, y consiga depurar ese espíritu juguetón, permeable a todo lo que pudiese aprender, con los ojos bien abiertos para no perder detalle, y esa necesidad, casi sagrada, de entregarse al bien de los demás, incluso olvidando las fronteras de la propia individualidad.

En algún lugar encontraré una nueva forma de vivir dejando todo esto atrás, y con todo, la suma de un individuo en un universo tambaleante, que desea un mundo mejor que le esta vedado, al menos por ahora, y que sólo le queda seguir buscando la ganga del día a día, y la esperanza infinita de ser cada día un poquito mejor.