Orgullosos/ Pride (Of Your Boy).

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Medicina/ Medicine

1743743_10205718141489730_4088342156394204969_n Después de dos jornadas de trabajo en Dublín, llegó el momento de ir al aeropuerto. Pedí un taxi en la dirección del hotel. A las cuatro de la mañana estaba ya en la puerta. El taxista me saludó con un movimiento de cabeza y me señaló la puerta. Subí (esta vez por le lado correcto del coche) y arrancamos.

No suelo dar conversaciones. Mi timidez me frena, pero también mi falta de descanso. A esa hora, menos. Y sin embargo, el caballero que me llevaba estaba dispuesto a una buena charla, o al menos a un largo monólogo.

Mi inglés, algo oxidado, necesita de un par de días para engrasarse y empezar a fluir con algo más de entendimiento, así que al menos estaba preparado para seguir, con frases cortas, la animada cháchara del taxista. Esto le dio alas, y me hizo sonreír.

Un hombre afable, pelirrojo, cerca de los sesenta años, taxista de toda la vida, comenzó su interrogatorio con las consabidas preguntas sobre destino, nacionalidad y, debido a mis respuestas, sobre el estado económico del país y sus paralelismos con Irlanda. Me comentó que sus hijos se habían tenido que ir uno a Estados Unidos y otro a Australia para escapar de la crisis de la que el país ya se estaba recuperando (y bien). Después entró en el tópico de la causa de mi visita a Dublín: trabajo. ¿Qué tipo de trabajo? Médico.

– ¡Oh!

La expresión, por lo demás muy popular en el mundo anglosajón, fue dicha con un deje de admiración que me alertó. No es que me parezca que ser médico sea algo fuera de lo común (conozco a muchos que lo son), pero aquí en España ni es algo importante ni desde luego, pese a la responsabilidad que tenemos, se nos valora de forma acorde a ella. Por eso llamó mi atención su reacción al saber a qué me dedico la vida.

Después de una perorata donde mezclaba sus teorías sobre la Medicina, su experiencia sanitaria y familiar al respecto, me dijo que admiraba mucho la labor que hacíamos, que no era  fácil llegar hasta donde yo había llegado y esas cosas. Yo sonreía. Hasta que mencionó a mis padres.

– Sus padres deben estar muy orgullosos de usted.

Durante unos segundos no supe responder. La urbanidad salió en mi defensa, sonreí y cabeceé afirmativamente. Le dije que sí y una sonrisa amplia surcó su rostro, con esa condescendencia que nos llena cuando sabemos que tenemos razón y se nos ratifica.

Al poco tiempo me dejó en el aeropuerto.

– Vaya por allá, que están los mostradores de British Airways. Y que tenga muy buen viaje.

Nos despedimos dándole las gracias y desapareció de mi vida para siempre dejándome, sin embargo, algo en lo que pensar a esas horas intolerables para el pensamiento razonado y razonable.

Mientras hacía la interminable cola para ser registrado y acceder a las puertas de embarque, me puse a pensar en lo que me había dicho el taxista.

¿Mis padres orgullosos de mí?

Nunca se me había ocurrido pensarlo.

¿Había trabajado tanto (para lograr tan poco) pensando en ello? ¿Todos esos años de esfuerzos, en los que sin duda me apoyaron quizá demasiado, significaban algo más que llegar a un fin (que nunca se alcanza por completo)?

No lo sé. No sé si he estado demasiado embebido en conseguir llegar al final de una carrera tan larga (que se ha llevado mi vida en ella), o a que ni se me había pasado por la cabeza valorar el impacto que mis esfuerzos pudiesen tener en otros, sobre todo en mis padres.

¿Estoy orgulloso de mí? No. ¿Deberían estar ellos a su vez de mí? ¿Y por qué?

Estando ya instalado en el avión de vuelta a casa, esa idea seguía instalada en mi cabeza.

¿Era para estar orgullosos? Por descontado he intentado que mi vida significase un mínimo impacto en las suyas, desde que tengo memoria he intentado adaptarme a las exigencias de sus vidas antes que de la mía, he intentado ofrecerles todo lo bueno que ha llegado a mi vida porque la mía es fruto de la suyas; he procurado darles los menores dolores de cabeza, las mínimas preocupaciones…

¿Eso era ser un buen hijo? Alcanzar una carrera, trabajar buenamente en ella, ¿era para estar orgullosos de mí? Ser médico, que para mí es algo tan banal que ni pienso en ello, ¿es causa suficiente para que mis padres se sintieran felices de una labor bien hecha?

No se me había ocurrido… Y sin embargo recordaba a mi padre, ingresado en la UCI, cuando hablaba con todos mis compañeros, tan resuelto y lenguaraz como era, sobre su via, su amor por nosotros, la emoción con la que empeñaba cada palabra, y mi madre sentada a su lado, interviniendo con emoción similar y asintiendo…

Estaban orgullosos de mí. Podría ser más alto o más guapo o ganar más dinero o ser más amable o más simpático o más empático o más discreto. Podría ser mucho mejor en todos los aspectos de mi vida. Pero así como era estaba más que bien, y era motivo de alegría y de un sereno orgullo que llenaba de alegría esas vidas que siempre he deseado fuesen tranquilas, bellas y perfectas.

El avión levantó sus alas y Dublín se fue haciendo cada vez más pequeña conforme surcaba el cielo.

Nunca me había parado a pensar en algo tan sencillo como eso. Jamás lo había esperado, y conscientemente nunca hice nada por alcanzarlo. He intentado ser la mejor persona que he podido, aprender de mis errores, darme cuenta de mis defectos e intentar mejorarlos, adaptarme a lo que la vida me ha ofrecido, y estar agradecido cada día de la hermosa familia que me ha sido dada y que cambia, como cambiamos todos, con el vaivén de los años.

No sé si es importante. No sé si buscamos en el fondo ese reconocimiento que no es más que hacer las cosas bien hechas, o lo mejor que podamos. Pero el señor taxista me dio una lección esa madrugada que yo no había pedido y en la que nunca había reparado.

Mi calidad laboral es terrible, mi propia vida es un pequeño caos. Eso es para preocuparse. Pero en realidad su importancia es mínima: son circunstanciales, destinas a cambiar, a desaparecer, a mutar. Pero recordar esas sonrisas, esas miradas, ese sutil sentimiento de labor bien hecha, de bien alcanzado y pleno…

He hecho siempre todo lo que he podido por devolver al menos una mínima parte de lo que la vida, tan generosa, me ha regalado. Y ellos eran el mayor motivo, y siguen siéndolo.

Creo que están orgullosos de mí. Yo lo estoy de ellos. Y eso es lo que, al final, cuenta.