En medio de una lucha intensa que se libra en mi pecho desde hace mucho tiempo, siento el llamado del cansancio y de la desesperación. También de la depresión, no se me escapa.
En un callejón sin escape posible, la única salida quizá sea aceptar y rendirse. Rendirse a la evidencia de que nada será como una vez soñé; que debo aparcar por siempre mis anhelos y ajustarlos a a realidad que me rodea; apoyar más a la cabeza que al corazón, o quizá unir al corazón que late una mente que piensa que ya no debería seguir así y que no le queda más remedio que aceptar lo que le rodea.
Es doloroso. Es decepcionante. Personas que dependen de mi ayuda, llamadas constantes de atención, demandas de vidas que se empeñan en seguir siendo ellas mismas mientras la mía se me escapa de las manos; si acaso la tuve alguna vez…
Todo parece indicar que ése es el camino: incómodo, insuficiente, inútil. Cada paso inconsciente genera una serie de acontecimientos que se precipitan taladrándome los nervios, llevándome al precipicio de la desesperación y de la ruina.
Soy una ruina como persona, porque no puedo levantarme sobre mis propios pies. Cada vez que lo intento, la vida tira de mí y me hace ser soporte de otros, heredando un peso que no he pedido pero que llevo sobre mis ya derrotados hombros…
Y sin embargo, ¿qué puedo hacer? ¿Huir? ¿Desaparecer? ¿Dejar todo de lado y olvidarme? ¿Borrar de un plumazo una responsabilidad pesada, una deuda que ha pasado a ser mía, la carga de alguien amado que se hace casi insoportable?
¿Quién sería yo si lo hiciese? ¿Qué persona podría ser para mí mismo y para otros en un futuro? ¿Sería capaz de verme a la cara, o de ser completamente sincero con los demás, y sentir libremente el amor que hoy no tengo, el calor que hoy me falta, la confianza de la que carezco y la estabilidad que se escurre constantemente de mis manos?
No podría… No debería…
¿Quién soy yo? ¿Alguien que se define por lo que hace, por lo que sobrelleva, carente de sentidos, embotado de sentimientos, que intenta sobrevivir como todos cada día, cada día con una carga nueva y más pesada?
¿Quién soy yo? ¿Aquel que sostiene, aquel que desea ser libre, aquel que sueña lo que nunca obtiene, que no es amado y ni siquiera extrañado, que se llena de silencio porque se ha habituado a él?
No lo sé…
Y en esta bruma camino sin lucerna que me guíe, sin mapas o compás.
¿Quién soy yo? Alguien que quizá deba esperar, dejar de soñar, centrarse en la realidad, intentar salir de cada uno de los baches económicos que encuentra, enfrentarse a los miedos y al cansancio y a la desidia, y de cuya labor sobreviven tres seres estupendos que no merecen más agonías de las que ya tienen de por sí.
¿Quién soy yo? No lo sé. Alguien que se perdió años atrás; alguien cuya felicidad fue tan efímera que era irreal, basada en sueños y no en realidades, y cuyo futuro es tan oscuro que es incapaz de ver si quiera la vuelta del camino.
Alguien derrotado que ya no sabe por dónde tirar. Y que se arroja al suelo de rodillas, incapaz de seguir, abandonando toda resistencia y todo anhelo y todo deseo de ser una persona mejor, o al menos diferente de la que ya es.