Mika
A través de la ventana/ Through the window.
El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone, Música/ Music Se ven, se encuentran, corren y se abrazan. Se dan un beso rápido. Y otro más. Y se miran de nuevo. Parece que se adoran. Ella con su cabello de río y él con sonrisa tonta, como sorprendida de tenerla entre sus brazos.
Un milagro que ocurre cada tarde.
Arrastra su mochila con mala cara. Delante, su madre cansada masculla palabras como quien come patatas fritas. El niño, con cara de pillo, hace que le presta atención. Pero en realidad se la pasa maquinando travesuras con las que torturarla. Ella parece sobrepasada. No se ve mayor; el crío tendrá unos siete años. Camina con paso acelerado pero a cámara lenta, y los hombros algo caídos con un bolso ajado sobre el brazo derecho. Y un juego de llaves entre los dedos ansiosos.
Cada tarde van y vienen del colegio a casa y de casa al colegio.
No toca mal. Tampoco bien. En el suelo una gorra para las monedas; a veces cae un billete de cinco euros. Y una vez, un hombre que lo miraba más intenso de lo normal le ofreció un papel lleno de garabatos. Le sonrió con intención. Él siguió tocando dando las gracias. Unos pasos más adelante, el hombre se detuvo, haciendo que disfrutaba de la melodía desafinada. Él, mascullando no sé qué, recogió sus cosas, escondió la guitarra en su funda y se le acercó como quien no quiere la cosa. Se miraron y atravesaron la boca del metro. Dos horas después estaba apoyado sobre el árbol, con un cigarrillo en la boca escondiendo el sabor de unos besos comprados. Y la música que tocaba era de amor.
Cada tarde toca esa misma canción sin cansarse. Y ahora hasta lo hace bien. Y a veces desaparece y vuelve al poco rato, con el pelo húmedo y los ojos llorosos. De algo vale ser artista. Y guapo.
Pasean cogidos de la mano. Se sonríen. A veces van corriendo. Pero siempre juntos. El mundo es joven, como ellos; los cascos al cuello y la música sonando al aire. Ella baja los ojos y él le dice cosas bonitas. Aunque a veces discuten sin importarles el público. Bueno, quizá hasta les guste que lo haya. Tienen la edad en la que todo es dramático: el gustar, el repelerse.
Cada tarde salen del instituto como una horda de abejorros sin sentido. Y ellos dos de la mano, demasiado jóvenes todavía para darse cuenta que nada es para siempre.
A través de la ventana el tiempo pasa. Llueve. Hace sol. Las hojas caen una tras otra. Y la primavera llega y pasa el verano.
A través de la ventana la vida pasa. Las alegrías y las tristezas y la desvergüenza y la ensoñación. Todo parece sobrevalorado y todo es insignificante.
Cada tarde oteo desde mi ventana a la vida pasar. Porque la mía está congelada en la oración de tu nombre, en el aroma de tu recuerdo, en el intenso dolor de tu partida.
El amor, como la vida, está sobrevalorado. Y sin embargo qué soso parece todo desde que no estás. Y la vida de los otros ha pasado a ser la mía propia.
Cada tarde, a través de la ventana, imagino que mi vida está allá afuera y que otro la desea. Y que la imagina perfecta, aunque no lo sea.
Aunque ya no lo sea sin ti.