¿Seguimos creando Arte?/ Are We Still Doing Art?

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living

   Ya entrada la segunda década del siglo, en medio de lo que parece ser una crisis económica pero que no es sólo eso, si no moral, educacional, colectiva y personal al mismo tiempo, parece que nos estamos secando.

   Hojeando diversos medios impresos, desde la Moda a la Arquitectura, parece que nos estamos quedando sin ideas. Cada vez ganamos más en técnica y en asombrosas facilidades para expresar nuestro mundo interior, y sin embargo cada vez los intentos que conseguimos simulan más bordados en el aire, vacío hueco que no nos lleva a ninguna parte.

   La Moda se repite constantemente. Decimos sin ambages que ya no hay qué crear, entonces nos recreamos en repetir hasta la saciedad, casi de forma periódica, patrones que fueron furor y novedad en su momento, porque somos incapaces de romper como se hizo en aquel presente, la linealidad de la vida, y lo hacemos innovando en tejidos, mezclando texturas, haciendo que el brillo de la noche luzca a pleno sol, por ejemplo, o sacamos la tela de nuestros sofás para hacer trajes supuestamente rupturistas, como si hace dos siglos eso no se hiciese ya.

   En el Interiorismo pasa lo mismo: alabamos los moldes del siglo anterior y seguimos enganchados al rococó francés o al renacimiento español. En la actualidad valoramos más que nos entretengan a que nos estimulen, que nos hagan reír antes que pensar. Calificamos de novedoso un sillón al que dejamos al aire todo su tejido interno, y dejamos sin reparar telas que podrían ser renovadas y parecer nuevas. Nos regocijamos en la mediocridad aplaudiendo ideas que, en otras décadas, no pasarían de ser meras abstracciones sin sentido artístico.

El pase de diapositivas requiere JavaScript.

   En la Cinematografía, la situación se repite: dícese que el dinero no se arriesga en crear novedades; sin embargo, parece que la creatividad en verdad se ha colado hacia la televisión (por supuesto, norteamericana e inglesa en su mayoría), donde las propuestas que sí son arriesgadas ven la luz y a veces son obras maestras y a veces cumplen su función de entretener y ya es bastante. Ya no hay guiones que estremezcan y nos hagan salir de nuestras casas hacia el cine, o estos son tan escasos, que precisamente por eso llaman la atención: allí donde debería ser una norma sólo brillan las excepciones.

   En la Literatura pasa más de lo mismo: el consumismo (el bestselerismo, y perdón por la creatividad escesiva del día de hoy en vocablos que dudo aparezcan en diccionario español alguno) no debería ser óbice para obviar el talento, para dar rienda suelta a mensajes claros y a ideas meridianas que nos ayuden, como siempre lo ha hecho, a sembrar ideas, clarificar mentes y llenarnos de dudas sobre el universo. Alabamos escritores exóticos o contemporáneos (para mí es lo mismo), que repiten hasta la saciedad la misma estructura narrativa, reproduciendo una y otra vez una línea dramática que le ha aportado éxito y que llega a aburrir, haciéndonos notar sus mimbres y el esfuerzo que les produce cada página en blanco a la que se enfrentan.

   La Arquitectura sufre un paroxismo similar, creando estructuras cada vez menos orgánicas, menos unidas a lo humano; edificios por donde la luz llega tamizada por ventanucos y encerrada por un hormigón desnudo, que brilla pocas veces y en pocas manos. Las grandes obras de este nuevo siglo son técnicamente asombrosas pero estéticamente vacías, porque hemos olvidado en alguna parte aunar emoción al apabullamiento. Nada nos quita más el aliento que una iglesia gótica con sus alturas, sus filigranas de piedra, sus cristales coloreados; nada puede llegar a ser más mareante que un retablo barroco y, sin embargo, esas obras eran, y siguen siendo centurias después, bellas. Hoy casi no podemos decir lo mismo.

   Teatro y Clásicos parecen ir de la mano. Y llamamos clásicos ya a las obras del siglo XX, claro, cosa de antes de ayer como quien dice, pero poderosas y penetrantes. Nadie arriesga en nuevas ideas, es cierto, pero quizá muchas de ésas no sean merecedoras de apoyo (otras habrá, sin embargo, que pasen desapercibidas, y eso es lo malo de todo esto.)

   De la Música no hablemos, que es sangrante.

   Y en las Artes plásticas todo es hueco. Todo. Pocas obras parecen salvarse. Gerhard Richter lo dice de forma más sutil que yo, que para eso es artista, claro.

   Y esto que escribo no es acusatorio ni reprobatorio, es un comentario de lo que vengo observando desde hace un tiempo. Aplaudimos verdaderas sandeces, algo que no hubiese sido posible tres décadas atrás. Carecemos de un pulso, de un impulso, de un ansia de creación , ahogados como estamos en un mar de recreación pura, sin ninguna otra obsesión que la de ser molestados.

   Sin ir más lejos, han lanzado a bombo y platillo un nuevo artilugio electrónico (soy fan de todo lo electrónico aunque no entiendo nada ni de su funcionamiento interno ni de su mundillo) que no aporta nada nuevo en diseño, pero sí en técnica. Hace apenas unos años… Y ya nos estamos dando cuenta que, incluso en esa nueva frontera de innovaciones, la creatividad está sufriendo un parón, por no decir un vacío, que empieza a ser preocupante.

   No es la primera vez que la Humanidad pasa por un momento similar. Aunque es la primera vez para nosotros, claro. La Educación entra en juego. Y vemos ya quizá dónde está el problema primigenio. En la Historia está escrito muchas veces un periplo semejante al que estamos atravesando, pero quién se acuerda de eso. En el instante de Recreación por encima de Creación, que una escritora del siglo XX haya hecho decir a un emperador romano del siglo II: nuestras Artes están cansadas, se están quedando vacías, se conforman con recrear formas eternas con nuevos materiales, no parece baladí, y ni siquiera una novedad.

   Pero no deja de ser verdad. Y no deja de sembrar estupor y una cierta desazón.

   ¿Seguimos creando Arte?