Bajo la misma estrella es la adaptación de una novela homónima de John Green, catalogada como literatura juvenil, de éxito, como ocurre casi siempre en Estados Unidos, enorme y por lo tanto, mundial.
Puedo decir que la última vez que me vi inmerso en esta categoría de literatura (odio las etiquetas, como ya lo he descrito en otras entradas) fue con la saga de Harry Potter. No lo he leído. Pero, a tenor de la película, éste debe ser como aquéllos, escritos para un tipo de público más maduro que lo que su envoltorio hace pensar.
Es una historia de amor adolescente. Es decir, una historia vieja como el Tiempo. Lo que la hace especial, lo que hace a esta película preciosa, no es la historia de amor, tierna y maravillosa por lo demás, si no la historia de sus personajes, no sólo los centrales sino también los secundarios (aunque estos, que se adivinan más poderosos en el mundo impreso, aquí están un poco desdibujados a mayor gloria de sus protagonistas, que merecen cada uno de los minutos que aparecen en escena).
Es una historia de Enfermedad, de pérdida de Salud, de ajuste con la realidad, de sinceridad, egocentrismo, desnudez sentimental (que no sentimentaloide) y entrega al momento presente. Es una historia dividida en múltiples historias con un nexo común: la revolución brutal de la Enfermedad, de la Muerte; la ruptura de la normalidad, de la tranquilidad, de lo que debe ser. Narrada con una gran delicadeza, con un punto de manipulación, llena de profundidad (no hay escena intensa que no guarde una lección de vida) y de sinceridad que hacen saltar las lágrimas apenas sin esfuerzo.
No es un melodrama al uso; no es una película para adolescentes palomitera y hueca. Es eso y mucho más. Es un trozo de vida real, es un retrato de lucha, de entrega, de esfuerzo, de reconocimiento, de resignación y de aprendizaje. Nada en la vida pasa desapercibido, y el amor, el verdadero amor que llega al extremo único de la redención, brilla por encima de cualquier circunstancia, incluso sobre la Enfermedad y la Muerte.
A poco que se haya experimentado a flor de piel la Enfermedad, sea como protagonista o como acompañante, cada uno de los pasos de esta historia entre Hazel Grace y Augustus no dejará indiferente, siempre tocará el corazón callado que todos llevamos dentro.
Padece de un mal común en nuestros días: un metraje quizá algo excesivo, aunque en este caso me temo que se deberá más a la fidelidad con la obra impresa. Pero eso es un detalle que casi no estorba mientras se está sorbiendo las lágrimas y sintiendo ese vacío único en el alma al darnos cuenta que, en el fondo, todos tenemos los días contados y que esos personajes, que lo saben a ciencia cierta, lo exprimen hasta encontrar, en su desconcierto y desazón y dolor y realidad, la máxima felicidad y la verdadera paz.