2017 se ha ido. Un capítulo de nuestra vida que se borra pero cuyos ecos rebotan todavía en el presente. Así es la vida, un río continuo en el que brillan, a veces, esos recuerdos que, como guijarros, ruedan con la corriente.
La vida, a veces, se muestra en matices. Y a veces como una explosión devastadora. Y, muchas más, como una caricia. Quizá me falten palabras para definir un año que se ha ido. A la vida, a veces, las frases le sobran.
Hubo un cáncer que superar, nuevos escollos financieros que parecen no tener fin; sorpresas desagradables, pegajosas y recurrentes. Pero también reencuentros inesperados tras un hiato de treinta años; una mano amiga que ayuda apenas sin solicitarlo, como lo es la amistad: generosa, sorda a rumores y llena de confianza.
Ha habido una revolución interna que se venía gestando en el tiempo ido. Y una amistad brillante que dejó de serlo, luz fugaz que prometió algo tan difícil como es la sencillez en la entrega total. Quizá hubo demasiada expectativa en esa sorpresa inesperada que no casaba con la lógica de las cosas, con el mundo en el que vivimos. Lo que quizá sea peor. Eso es lo malo de las esperanzas, que son falsas, y perdemos la confianza (lo más importante entre los seres humanos) y nos gana el silencio.
Y sin embargo, pese a todo, el aire fresco del otoño trajo personas nuevas de mirada fija y limpia, que no temen demostrar su interés ni la maravillosa educación que ya no existe, o que ya no se usa. Y una sonrisa luminosa, que llena la cara y el corazón.
Hubo unas manos preciosas, grandes y algo temblorosas. Y unos ojos fantásticos que retrataron un poquito de ese yo que intenta salir cada vez con más fuerza.
La vida, a veces, es un puro lío. Y una gran gran gran decepción. Y un abandono. Puede que no sea responsabilidad de nadie: es así de inasible. Pero consigue que volvamos al lugar del que no debimos salir, transformados por sus fuerzas telúricas, por sus caricias de mar.
A veces la vida se va, y es mejor que así sea. Y a veces, sólo a veces, consigue quedarse llena de detalles que nos hacen sentirnos mejor.
Las aventuras se suceden, los errores también; las ayudas sorprendentes y, sobre todo, el ciclo eterno del nuevo día, la nueva noche, la salida del sol y la llegada de las estrellas. Quizá el secreto sea observarla de puntillas y finalmente dejar el hechizo pasar y quedarnos con la sensación de verdad y con la paz que nace, que nace siempre, en nuestro interior.