Ninguna ciudad es eterna: puro Iñaki Echarte Vidarte en Venecia

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Venecia. Un viajero enamorado. Un turista íntimo, que recorre cada esquina, que se fija en el detalle más ínfimo de una sombra, de un claroscuro. Y en las figuras de los gondoleros, en esos ojos y en esos brazos; la mirada ausente de los turistas del montón y de la imagen fugaz. Y en el atardecer de oro y los reflejos argentinos de la luna en los mármoles desnudos. Y el rumor del agua que llega y se frota una y otra vez, insomnes, sobre esas calles imposibles de Venecia.

Iñaki Echarte Vidarte recorre la ciudad acuática con paso de plomo. Su mirada es como su lenguaje, llena de poesía. Y retrata cada espacio de esa ciudad imposible revelando un nuevo secreto, trayendo a la luz un significado perdido y encontrado. Iñaki Echarte Vidarte, como poeta, escarba en lo más profundo de una ciudad de maravillas para pescar las perlas más hermosas, las más raras y por tanto, las que pasan más desapercibidas. Y las muestra en un conjunto de relatos cortos y de fotografías maravillosas con el pudor justo, con la desnudez adecuada, sin faltar una coma, sin desperdiciar nada de una ciudad que late viva en sus arterias.

Nada como un poeta para nadar en esos canales, para extraer secretos olvidados, historias que se han perdido, susurros que cada esquina sugieren, relatos imposibles que sólo cobran sentido en esta ciudad soñada y sin embargo tan escondida. Nada como un poeta para sacar lo oscuro de los hombres y su misma belleza salvaje y compartirla en cada página, con cada imagen de esa ciudad única, bella y sórdida a la vez. Y por tanto, fascinante.

La prosa de Iñaki Echarte Vidarte bebe de su lírica. Pero el ritmo de estos pequeños relatos es el del mar, el vaivén y el golpeteo del agua en las paredes rugosas de unos canales que nunca descansan: de los turistas durante el día, del influjo de la luna de noche. Y en cada relato nos regala un aspecto del alma humana, un boceto de su cuerpo, una imagen poderosa que a veces pesa más que las palabras que la acompañan.

Ninguna ciudad es eterna es el primer guiño de Iñaki Echarte Vidarte para compartir con sus lectores esa cualidad que le caracteriza de ser turista sin serlo, o como eran aquellos personajes literarios, que vivían y sufrían y gozaban de las ciudades que les embrujaban. Nadie como él para enseñarnos Venecia, porque Venecia en sus palabras, y en sus fotografías, es el corazón de una ostra que esconde en su seno, el tesoro más buscado: la perla de la levedad, el sueño de lo pasajero, la certeza (a veces inútil) de saber que nada, ni Venecia, es para siempre.

Cuando palidecer significa desaparecer.

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   41S4Nf8vMdL._Callejeando por Madrid suelo entrar en tiendas de todo tipo, de gustos eclécticos que parezco ser, pero sobre todo en las librerías. Me fascinan. Me atraen. En ellas pocas veces soy infeliz. Al contrario, me siento protegido rodeado de libros que me susurran y me invitan a la fantasía; puedo decir, sin lugar a dudas, que son esos espacios especiales, como las iglesias, en los que soy plenamente feliz.

   Haciendo pasar mis dedos por volúmenes variados, evitando en lo posible toda clase de clasificación genérica de las obras que me interesan, tropecé con un pequeño poemario de Iñaki Echarte Vidarte: Soy tan blanco que cuando palidezco desaparezco. Y sonreí.

   Mi conocimiento poético cojea un poco, siendo más de narrativa (cada vez menos densa) y de ensayo, algo de obra teatral; el espacio para la poesía, aunque agradable, raramente lo lleno con obra contemporánea. Más por fastidio que otra cosa.

   Tropezar desde muy joven con Anacreonte, Safo o Catulo; crecer arropado por la selvática belleza de Aquiles Nazoa o la dulzura caribeña de Andrés Eloy Blanco; la reverberancia inmensa de Rubén Darío y la placidez intensa de Pablo Neruda; poetisas más lejanas a mi corazón como Gabriela Mistral o Alfonsina Storni (que llegaron a mi vida mucho más tarde, junto con Kavafis, tras pasar por mis venas la algarabía de Whitman, la escondida sabiduría de Blake, la firmeza de Yeats, la dureza voluntaria y buscada de Rimbaud) enlazaron la profundidad de sus versos con la grandiosa amabilidad de Khalil Gibrán, la sabiduría inmensa de Rabindranath Tagore; el ritmo, la musicalidad, la belleza del los poetas españoles más representativos del siglo de Oro y otros menos conocidos pero igual de importantes para mí. Rosalía y Bécquer y Machado, tan caros a mi sentir con su ardorosa pasión, más cerebral que mística, hermosa por humana, más deudora o, mejor, más elaborada y alambicada en el abanico de poetas del S. XX, cuya aliteralidad, su frescura en las formas, ganaban poso con lo profundo de sus cantares, con el revolcón egóico y primordial de los sueños, los pesares, las represiones, los deseos y los sentires que s han empeñado en retratar una y otra vez hasta nuestros días.

   En la poesía busco ritmo, vibración, musicalidad. El fluir del océano, el arrullo del riachuelo. De la rigidez de las normas a la revolución sintáctica, para mí la poesía debe encerrar sentido y sentimiento, sensación y reflexión, pero sobre todo música, ritmo, alma. Y no es fácil de encontrar en el panorama actual. Y no es que lo lamente. Es lo que hay.

   De la poesía japonesa, de la que soy un admirador rendido y entregado, y que ha iluminado mis pasos literarios desde hace tiempo, pueda que hable en otra entrada: su brevedad es un canto a lo síntesis pero también un arma arrojadiza al centro del alma; su frescura, a pesar de los siglos que nos separan, sólo me demuestra que el ritmo, la intención y el corazón que se dibuja es lo único que merece de la poesía y, admitámoslo, de toda obra escrita (y sí, de toda obra artística)._atl3197_jpg_20110402133520_1

   Dentro de este supuesto escenario desolador a veces descubrimos joyas brillantes, que quizá merecieran un espacio más amplio, un escenario abierto lleno de ecos y de reflejos. Iñaki Echarte Vidarte, con su estilo único y su ritmo de corazón tibio, a veces caliente como el infierno, a veces frío como el mayor de los dolores, tiene la capacidad de dibujar cada latido, cada sensación, cada desolación como un retrato único, irrepetible y, por ende, eternamente doloso, perpetuamente presente.

   Soy tan blanco que cuando palidezco desaparezco sigue la estela de Blues y otros cuentos y sirve de escaparate para Optimístico, ambos volúmenes a los que tengo gran aprecio. Su estilo en él es hopperiano, casi desolador, desgarrado y sin embargo lúcido, o quizá por ser tan clarividente es más doloroso y arrebatador. Sus juegos continuos con lo que quiere decir y lo que podría sugerir, que dan ritmo y musicalidad (ajá, aquello que busco en la poesía) a la búsqueda del Otro, al amor del Otro, al reconocimiento del Otro, a la entrega al Otro y finalmente al abandono del Otro, nos deja siempre con un sabor agridulce y encantador.

   No es difícil adivinar que el autor escribe con el corazón sobre su corazón, sobre sus decepciones, sobre sus obsesiones también y su búsqueda constante (siempre, siempre) del amor en otros, porque no lo encuentra en sí mismo. Sus poemarios ganan en profundidad, y por tanto en desnudez hasta palidecer y desaparecer, conforme los poemas pasan y las rimas blancas se llenan de movimiento y de arrullo, y se hacen más él y más nosotros.

   Soy tan blanco que cuando palidezco desaparezco habla de todo lo que somos cuando el amor nos ilumina y lo que somos cuando deja de guiar nuestra vida; de la pulsión por encontrarlo y del hastío por perderlo; de esa constante sed por lo que está fuera de nosotros y de la continua ceguera que nos acoge (y quizá a veces la desesperación) cuando no lo hallamos en las fibras de nuestro propio ser, en el tejido sutil de nuestro corazón.

   En esto, como en una conversación lúcida, en una mirada pura e intensa y en una sonrisa inigualable, Iñaki Echarte Vidarte se está convirtiendo, paso a paso, en un maestro.

Optimístico: entre casas y caminos/ Optimísitico: Seeking for Love and Self.

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      images-1Si toda obra creativa lleva en sí misma la capacidad de ser interpretada de forma múltiple, un poemario lo es mucho más.

   Optimístico, de Iñaki Echarte Vidarte, es un poemario breve e intenso, oscuro y lleno de claridad, de verso rápido, a veces monosilábico, y lleno de música interior, calllada, en susurros, pero siempre presente, única.

   La búsqueda en Iñaki Echarte Vidarte es una constante (Blues y otros poemas es un ejemplo de ello). El ansia de contacto, de olor, de posesión también, y la necesidad desnuda de amor, de compañía, de deseo y, ciertamente, de soledad lo definen y usa esa lujuria de sentidos para traernos, en poemas cortos y directos, todo lo que le consume y lo que sueña en conquistar.

   Algunos de estos pequeños poemas son como bombas que, estallando, todo lo fragmentan. Otros son cantos al miedo que nos causa el abandono del amado; la necesidad de ser querido, de ser deseado y agotado y, también, el espacio hueco de la solead y la sonoridad del vacío, que se oye a cristal roto, a sueños quebrados.

   Entre casas y caminos (juega magníficamente bien con el significado de sus apellidos vascos), Iñaki Echarte Vidarte nos habla de ojos de hierba en verano que brillan con ansia y buscan sin fin, como sus propios ojos y la voz que, profunda, emerge de una garganta que decanta sensualidad  y una cierta serenidad que sus poemas desenmascaran.

   Optimístico habla de amor, aunque nunca aparece escrita tal palabra, y de la fragilidad que ese sentimiento nos demuestra en todos, los miedos que alberga, las pasiones que desata, las necesidades que crea y la fugaz felicidad que nos regala una vez alcanzado el apetito y colmado y descansado, piel contra piel, piel contra vacío, aire y espacio lleno de música, cotidianidad y latidos del corazón.

Alma de Blues/ Blues’ Soul.

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Iñaki Echarte Vidarte es un escritor novel que emerge desde Navarra con gran fuerza narrativa, con imágenes hechas a trazos y puntos suspensivos; impresionista de sensaciones y de sentimientos que siempre están a flor de piel.

Narrador corto y poeta, sus historias, hilvanadas de forma onírica, nos retratan la realidad de forma real, es decir, llena de luces y sombras, de huecos sin llenar, de amplias exclamaciones que no tienen respuesta y de decisiones inevitables que no conocen marcha atrás.

Los personajes que pueblan Blues y otros cuentos, aunque variados y definidos, semejan sin embargo ser siempre el mismo, lleno de aristas, de emociones por pulir; sediento de amor, devoto del amor, y buscador incansable de la nada absoluta, de la última serenidad, cuyo pálido reflejo es la soledad.

En Iñaki Echarte Vidarte hay un gran poso de elementos discontinuos teñidos de colores pálidos, cuyo corazón late sin embargo con la fuerza humana de las cosas imposibles, de los hechos consumidos. Mirando hacia atrás, se da cuenta que nada cambia, o que la transformación a la que nos aboca la vida no es más que un proceso, que nos es propio, de aprendizaje del olvido, de aprehensión a la renuncia. Todos sus personajes buscan y descubren y tropiezan y gozan y se asombran y se olvidan de sí mismos, una vez que el amor o el sucedáneo de compañía se aleja, como quien pasa una página de vida que ya no interesa volver a leer.

Blues y otros cuentos es un librito magnético, lleno de prosa poética; bellamente escrito; plagado de soledad y de sed, mucha sed, y de individuos individuales, únicos, incompletos pero hambrientos, a veces inocentes, a veces simplemente cínicos, y de sensaciones: es un libro de tactos. Todo se siente, se palpa, se huele, se recrea. La musculatura humana vestida de piel, pálida y fría que se torna rosada y caliente cuando el sentimiento la altera; la desnudez brevemente vestida con sábanas, ligeros bañadores, agua clorada o sudor; unos ojos; mechones de pelo; dedos juguetones, manos ávidas; labios callados y ojos caídos que miran quién sabe adónde.

Es un librito lleno de poesía nada amable, porque la vida no lo es; apretado, con los sentimientos desbordados de alguien que, siendo tan joven, sabe sin embargo de la lucha, de la desesperación, de la desesperanza a veces y de la soledad de todos los seres humanos, sea cual sea su género o su raza; nada amable, porque la aceptación de uno mismo nunca lo es; y es un libro muy humano, arrancado de las entrañas del puro sentimiento hecho prosa, hecho poesía, hecho hombre. E Iñaki Echarte Vidarte es ese hombre capaz de canalizar en sí mismo, y en nosotros, todos los fantasmas que nos conforman y que nos esperan, agazapados y únicos, en los fondos de nuestro ser más callado y sensual.