Me lancé sin pensar, sintiéndolo mucho, sabiéndolo mucho.
Estaba todo oscuro. Sólo podía sentir el latido de su corazón y oler el aroma de su pecho.
Mi rostro se hundía con cada respiración suya y me mecía en un arrullo parecido al mar.
Era el océano.
Su piel suave, su pensar discreto.
Entre sus brazos el mundo era otro en el que ni siquiera yo tenía nombre. Porque poseía el suyo.
Entre sus brazos el tiempo transcurría lento, como un atardecer cansado. Y lleno de color, cielo atravesado por el sonido de su risa de cristal.
Recuerdo que me dejé llevar. Así. Sin pensar. Sintiéndolo todo. La fuerza de su abrazo, el cosquilleo de su pelo, el sabor de sus labios.
Me perdí entre sus brazos para saber quién era yo. Para saber que era yo. Para sentirme, para conocerme, para olvidarme y ser un sólo ser, escindidos por un juego del destino.
Y su perfume en la piel clara, y su arrullo en la voz suave, y el constante rumor de su corazón, que era todo amor…
Me perdí entre sus brazos para encontrarme con él. Para ser él. Y ser yo.
Qué felicidad.