En una habitación/ In a Room.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Literatura/Literature, Música/ Music

Todos bailan. El ritmo lento de una canción de moda. Hay cuerpos unidos firmemente, como atados por abrazos desesperados. Hay cuerpos discretamente separados, entre los que el aire campa sin sentido de espacio. Hay cuerpos que descansan unos sobre otros, aburridos quizá y por incercia, bailando por compromiso.

La música tañe su suave melodía de amores fingidos y olvidados, de corazones rotos y fantasías espúreas. Está de moda, ritmo pasajero, flor de un día que quizá todos los allí reunidos olviden después.

O quizá no.

Unos ojos se encuentran en la distancia. Por sobre los hombros de uno y otro se miran y se reconocen en el anonimato, en el momento presente.

Giran una y otra vez, pretendiendo acercarse uno al otro. Pero alguien se enreda, otro habla, se rompe la cadencia, se recupera de nuevo. El lazo visual se quiebra momentáneamente para recuperarse segundos después, con más intención la mirada. Quizá con más pasión.

¡Oh! Si la mirada hablara… Qué no se dirían en medio de aquella habitación vacía de gente. Qué secretos muy guardados, capaces de ser leídos en esas pupilas, compartirían. En el vaivén de la danza, entre el murmullo de los zapatos al besar el suelo, ambos se desean en la distancia, ambos toman aire y componen la mejor de sus sonrisas.

Los labios de los dos se humedecen y se entreabren, esperando un beso que viaja con las notas de una canción que ellos ya no oyen. ¡Oh, si el aire besara! Qué rincón quedaría oculto ante unos labios hambrientos, ante una piel jugosa y sedienta.

Y ríen. Ríen mientras la danza prosigue, cambiando de brazos y de posturas, levantándolos en arco, bajándolos en abrazos. ¡Oh, si los brazos arrullaran! Qué melodías no se cantarían al oído gracioso, qué tonos no emplearían para amarse en la distancia.

Porque la distancia separa a los amantes. Amantes que se han reconocido en una habitación llena de gente, entre los cuerpos de gente equivocada, entre las intenciones erradas de unas vidas que se cruzan esta noche quizá para no volver a encontrarse.

La música llega a a su fin y la respiración es agitada. Quizá por el esfuerzo del amor, quizá sea sólo por el baile….¡Oh, si los pies pudiesen volar! Llegarían uno al encuentro del otro y se unirían sus almas con el lenguaje de los ojos, con el tacto de la piel y la pasión desbordada del deseo. Qué no se dirían, qué no encontrarían, qué placer efímero no fundirían con su encuentro.

Si alguna vez labios rojos pudiesen quemar la atmósfera candente de una habitación con el silencio; si alguna vez almas halladas pudiesen con su encuentro hablar con la mirada; si alguna vez pecho y brazos, piernas y sentidos lograsen desprenderse de sus ataduras y compromisos, ellos dos serían felices.

Sin embargo, uno se gira hacia la puerta tironeado por la vida que ha elegido hasta ahora y el otro lo pierde de vista, en una habitación llena de cuerpos y de gente que no le interesan nada, apenas maniquíes que estorban la visión de una vida que se escapa. Uno cierra sus ojos para que la imagen de ese momento quede grabada en su recuerdo; el otro intenta desatar uno a uno unos lazos que lo unen a la Nada.

Y mientras uno sale de una habitación en la que halló su vida, el otro, aturdido por la felicidad encontrada, duda un segundo y sigue en ella, recordando el aroma de unos besos traídos por el aire, la cercanía de un tacto nacido en la mirada, y la dulzura de un corazón que baila en una noche sin luna. Y sonríe al vacío. Y se resigna. Y se calla.

En la habitación llena de gente, una nueva canción surge, y como hechizados, los cuerpos comienzan otra vez el lento planeo de una danza continua. Uno oye la melodía ya lejana, mientras atraviesa el umbral de una puerta que quizá no debió franquear jamás. En su memoria de fuego lleva grabada aquella mirada, el sabor de esa sonrisa y el fino tacto de la atmósfera alrededor. Y hasta parece que una lágrima intenta escapar de ese recuerdo.

Pero una mano surge en la noche y detiene su marcha. Se acerca despacio y sonríe en las sombras. Y las miradas se encuentran, los labios se unen y el pecho y los brazos y las piernas se confunden, arrullados por el ritmo sordo de una canción de moda.

Y, mientras tanto, en una habitación la vida sigue, ignota, su guión de siglos por venir. Y unos amantes corren por la noche al encuentro de su historia.