…a IA, que me inspira con todo lo que crea.
Eu preciso de você, Maria Bethânia.
Sentado al sol, mientras el sudor corre lento, muy lento por tu piel, te veo dormir. El sol de la tarde cae oblicuo ya sobre el horizonte del mar, y llega hasta ti haciendo brillar tu pelo aclarado por el verano y el leve tostado de tu piel expuesta a sus rayos. La brisa marina acaricia mi cara y tu cuerpo echado a mi lado. Casi no hay ruido, pues los niños aún no han bajado de la siesta; apenas una pareja cerca de nosotros, envuelta en los trajines de su día a día, y un hombre solo más allá, ocupado en sí mismo con un morbo ridículo pero atractivo. Me hace reír y me tapo la boca, pues me disgutaría despertarte.
Callado, mi amor callado es dulce y sereno. Los párpados cubriendo esos ojos de miel y desierto; esas pestañas que besan una y otra vez el contorno de los ojos; los labios carnosos y plegados, rodeados de una barba pequeñita, castaña y dorada, cubierta de mar; y las mejillas tiernas, tranquilas, descansadas, y el cuerpo abandonado al sueño como al sol y como a la sal… Y un grito fluye desde dentro; y una inmensa alegría, tan grande como el universo que nos rodea, llega hasta mis ojos y los vela de lágrimas, lágrimas de felicidad sin cabida, pero que yo achaco a la luz potente, fíjate tú, y al peso de tu nombre.
¡Qué feliz soy! Sí, qué feliz. Tenerte cerca, llenarme de tu peso y tu presencia, aún cuando te veo dormir, es tocar el amor, vivir un sueño y disfrutar sin límites y sin final de un regalo maravilloso que me llena el corazón, me inunda la boca de besos y transporta mi espíritu más allá de la felicidad.
Nada más conocerte, con tu mirada perdida, tus brazos en jarras y aquella voz de cueva oscura, supe que serías tú, supe que eras tú. ¿Cómo? No lo sé. Cuando te lo dije me miraste raro, y me preguntaste si tomaba alguna medicación que se me hubiera olvidado. Y yo me eché a reír, porque lo sabía, estaba muy seguro. Y todo fue como un sueño, porque tú reíste también y acabamos bajo la lluvia buscando un café.
Desde ese día no me he separado de ti. No he podido. No he tenido necesidad. Tú lo eres todo: el centro, la periferia, la risa y el llanto, mi pasión y mi descanso. Necesito de ti como la tierra de la lluvia, como el mar a la orilla, y estallan tus olas en mi cuerpo y me siento pleno porque tú estás ahí, cerca de mí, tan cerca…
Necesito de ti porque nunca en mi vida he amado como te amo a ti. Tú eres el más de lo que un día soñé para mí; y como las expectativas se han esfumado, los límites desdibujados y el norte preñado de tu nombre, no concibo un instante de mi vida sin tu presencia amplia; soy incapaz de pensar en mí sin asociar tu nombre y de vivir despierto sin verme envuelto en tus sueños. Cada vez que respiras, ese pecho amplio lleno del universo; cada vez que hablas, por más tonterías que puedas llegar a decir; cada vez que discutimos, siempre por naderías; cada momento que vas y vuelves es un descubrimiento y una fiesta y una ilusión renovada. Eres mi orto y mi ocaso, mi noche estrellada y mi luna de plata. Necesito de ti como del aire para vivir, porque eres mío, sólo mío en esta locura egoísta que me posee; necesito de tu amor como un niño de su madre; y necesito de ti para completarme.
Te veo dormir mientras el sol transpira sudor en tu piel tostada, piel desnuda…