Desafiando la gravedad/ Defying Gravity.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Música/ Music

Defying Gravity. Glee. 

   No sé desde cuándo nos conocemos. ¿Un año? ¿Diez?

   Recuerdo el primer día. El sol entraba a raudales por la ventana. Casi mediodía. Sonreíste algo tímidamente cuando nuestros ojos se encontraron. Yo te sonreí de vuelta, como reflejo, pero también por gusto. Qué ojos, que nariz, qué boca. Pero nada más.

   Después nos fuimos encontrando aquí y allí. En una fiesta común, en alguna calle, en algún turno. Y la sonrisa de nuevo, y esa cara de ángel y esas manos. Y cierta timidez. Y comodidad.

   Qué raro, ¿verdad?

   Oí tu voz. Preciosa. Me transportó a un campo tranquilo, donde soplaba el viento y el día era azul. Eso: azul. Tu voz es azul. Preciosa. Y tu pelo negro y esa boca de fresa. Roja. Preciosa. Y tus ojos de miel y desierto, dulces. Como tu voz preciosa: dulce, calma.

   Comenzamos a hablar. Primero de trabajo, de profesional a profesional. Y con cuidado de no verte demasiado a los ojos, o a tu boca, o a tu pecho. Así que miraba al vacío. Sonriendo. Pero al vacío. Te hacía gracia.

   A mí también. Porque esperaba que te pasara lo mismo que a mí.

   Tu voz azul, tus ojos de miel y desierto, tus brazos y tu pecho infinito. Qué agradable estar cerca de ti. Las horas se hacían menos pesadas y el trabajo fluía con una facilidad divina. Y el tiempo se escapaba de las manos. Qué maravilla.

   Y te espiaba. Bueno, sólo a veces. Te veía trabajar con tanta concentración que apenas recordaba hacer el mío. A tu lado me reía más, me sentía hasta más importante. Esto es una tontería, pero la digo porque es verdad. A veces miraba los turnos para ver si coincidíamos. Y qué bien la ocurrencia. Nos sentábamos a hablar horas enteras y la labor ininterrumpida no se veía estorbada por tu voz azul y mis sentidos entregados a ti. Todo lo contrario: nada quedaba mejor hecho, los sentidos más agudos, el equilibrio perfecto.

   Sentía que volaba. Desafiando la gravedad, a tu lado el tiempo no era nada, ni los riesgos del error, ni los latidos de mi corazón. Sentía que no me pertenecía, que escapa de mí y ascendía más allá, fuera de mí, tocando el Infinito y volviendo al lecho de tu mirada de prado, a tu voz de océano azul.

   ¿Cuándo me di cuenta que te amaba? Cuando salí dando un portazo tras quedarme mudo ante ti. Qué belleza hablándome, invitándome a tomar cualquier cosa después, como si eso fuese algo extraño, vamos. Pero para mí no era trivial. No te respondí. Me entró un calor que salió de mis entrañas y subió como la espuma, desafiando la gravedad, desde el centro de la tierra hasta mi corazón. Enrojecí. Sentía calor ardiente en mis mejillas y en las manos. Abrí la boca y la volví a cerrar. Y no se me ocurrió cosa mejor que agitar la cabeza y salir corriendo, con la primera excusa muda que encontré para irme de allí. Creo que te reíste y agitaste también la cabeza. No lo sé. Yo me dirigí a la puerta, y tras el portazo, mi cuerpo se desmayó sobre ella, como si pudiese soportar un peso semejante, y atrapé con mis manos el corazón que se quería salir por la boca.

   ¡Dios mío!

   Sí. En aquel preciso momento supe que te quería. Que todas esas miradas, que todos esos planes y coincidencias me habían llevado por un camino inconsciente pero preciso hasta las puertas de mis labios, hasta los pies de tu corazón.

   ¿Cómo era posible? No lo sé. Quizá no lo sepa nunca. Con el pecho bamboleando como un tambor, intenté calmarme pensando en esa riada de sentimientos físicos que me mareaban, viajando con la rapidez del rayo, volando con un poder que no era de este mundo. Flotaba, desafiando la gravedad, y soñaba todo a la vez.

   Soplé. Una y otra vez. Y resoplé. E intenté frenar el galope veloz de mi cabeza, e intenté atajar el vuelo rasante de mi corazón como si fuese un globo, atrayéndolo al centro de mi cuerpo, de donde no debería haber salido pitando. Pero ya era tarde. Ya no había más salida. Lo supe en ese momento: me había enamorado de ti.

   Todo me llegó entonces: inconvenientes, diferencias, inhibiciones. Hasta lo posible: que no fuese correspondido… ¿Pero podía ser todo cierto? ¿Podía ser que me equivocase? ¿Por qué esa boca de fresa, llena de una belleza sobrehumana, dueña de una voz azul profunda, se fijaría en mí? Me eché un vistazo: me sobraba algo de peso, estaba sin peinar, apenas había dormido, tenía voz de pito. Ni yo saldría conmigo….Bueno, puede que a tanto no, pero quién sabe…

   Me separé de la puerta bruscamente. Todo era posible, sí. Mis propios límites me lo decían, mis alarmas estallaban. Pero allí estabas tú. Una belleza que quitaba el aliento, una profesionalidad intachable, una sencillez arrebatadora. Y estaba yo. Y sólo era ir a tomar algo. Eso: un café, un helado, una cena, un baile, qué sé yo. A mí.

   Cerré los ojos y suspiré profundamente. Acallé todas las severas propuestas, los raciocinios más estilizados. Cada inspiración me servía de tea inflamada, de energía divina. Y algo cambió dentro de mí. Volví a abrir los ojos y resoplé un mechón de pelo que me caía sobre los ojos. Intenté peinarme de memoria. Me atusé el pijama, algo arrugado por la noche que pasaba. La oscuridad me podía ayudar. Y la belleza de esos ojos de pradera africana y el susurro azul de esa voz maravillosa. Y me decidí.

   Entré de nuevo. Me acerqué poco a poco. Me interrumpieron un par de veces. Pero nada hizo flaquear mi voluntad. Era el momento de desafiar la gravedad. Podría no atraerte, podías haberme invitado por quedar bien o, aún peor, por compasión. ¡Oh, bien lo sabía! Pero lo asumí todo al acercarme a ti: lo bueno y lo malo. Y cada paso estaba lleno de una nueva energía. Y cada paso me abría más la boca, sonriendo con todos los dientes. Así como estoy riendo ahora. Y agitaba la llama de mi corazón, que ardía en mi pecho como un faro eterno. Alzaste tu mirada al sentirme cerca y sonreíste a la vez. Y salí volando, volando hacia las estrellas, desafiando la gravedad, hasta caer rendido a tus pies.

   Te quiero. Te sigo queriendo como el primer día que me di cuenta que te amaba.

   Como hoy.

   Desafiando la gravedad, juntos muy juntos año tras año, hasta alcanzar el porvenir.