Cuando fuimos dos es una obra de teatro.
Que leída, llena de magia, transmite todo lo que significa encontrar una pareja, ser dos, y los roces y las alegrías de serlo.
Fernando J. López consigue retratar el ciclón de sentimientos y de miedos y de roces y de sorpresas que una relación sentimental posee más allá de los géneros y de las posiciones que adoptamos hacia ellos.
Es una obra de teatro que retrata lo dura que la cultura gay es a la hora de encontrar pareja y de mantenerla; es una obra que retrata en su eco lo duro que la vida en pareja es no importa que sean dos hombres, dos mujeres o simplemente un hombre y una mujer.
En Cuando fuimos dos no hacen falta casi acotaciones. La acción se desliza con bastante facilidad y la historia fluye en los labios de Eloy y en los de César, y sentimos sus temores y confraternizamos con sus ternuras y sufrimos con sus dudas y empatizamos con sus destinos.
No hacen falta grandes artificios ni cientos de páginas para retratar la vida. Y Fernando J. López lo consigue en esa historia quizá dura pero muy real, que tiene lugar en un escenario casi vacío, lleno de los desnudos de esos dos hombres que nos narran, sin vergüenza, el tiempo de cuando fueron dos.