Si me quedo un poco más/ If I stay just a little bit longer.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Música/ Music

Hace poco más de un año que te vi por última vez. No sé porqué llevo la cuenta, como si fuese un duelo absurdo. Quizá, si lo hubiese sabido, hubiese bebido tu imagen hasta quedarme saciado. Si lo hubiera sabido, las horas que pasamos juntos las hubiese extendido por todo el planeta como un chicle gigante, y lo hubiera saboreado hasta arrancarle todo el arco iris de sabores. Quizá, si me lo hubieras dicho, hubiese tenido el valor de preguntarte por qué me dejabas.

Pero tu cobardía y tu comodidad pudieron más que el cariño que me tenías, o que me hubieras tenido si yo no hubiese sido el que era. Que cometí muchos errores debo confesarlo aunque me amargue reconocerlo; no por orgullo, o no sólo por orgullo; lamento aún todo el daño que pude hacerte. Intento reflejarme en el espejo que tenía hace más de un año y no consigo verme, ya que todo mi espacio eras tú, y quizá ahí resida mi mayor error: en creerte el centro de mi universo, el origen de mi sol, la única razón real que me impulsaba a seguir. Y cuando te lo dije algo se activó en ti, no sé qué alarma, no sé qué miedos, y te fuiste corriendo sin despedirte, sin mirar atrás, dejándome tan solo y abandonado, que aún hoy, cuando lo recuerdo, en mi corazón algo se rompe, aquello que no se ha roto todavía por tu desamor.

Y tenía miedo de encontrarte algún día por la calle y que hicieras que no me vieses, o aún peor, que yo hiciese que no te viese. Porque en el juego tonto del orgullo todo puede pasar… Pero yo no tengo orgullo, o no el que una vez tuve: tú todo lo drenaste de mí, con tu cariño y tu rudeza, con tu aspereza y tu abandono. Tu abandono…

Pero hete aquí que te encontré. Cuando había dejado de pensar en ti (de hacerlo constantemente), y no supe cómo reaccionar. Tropezamos uno frente al otro sin pretenderlo (eso desde luego) y nos sonreímos como tontos, porque tonta la situación era un poco: tú sobre mí y yo apoyándote, como una caricatura de otros tiempos ya aniquilados.

Recobraste la compostura mucho antes que yo, que no salía de mi mudez al verte, tan bello como siempre y tan irreal. No sé qué esperaba del tiempo transcurrido: que echaras barriga, que tuvieras más canas, que esas arruguillas de los ojos se hiciesen más pronunciadas y oscuras, qué se yo. Y sin embargo allí estabas, más bello que nunca, porque incluso la rudeza, la aspereza y el dolor pueden ser tan bellos que duelan. Y tú dueles. Aún.

Me saludaste como si no hubiese transcurrido un año y ningún cataclismo estallase en mi vida. Un estás igual sin exclamación alguna; un poco más fondón desde que no vas al gimnasio. Menuda gracia me hizo. Recordé de repente esa facilidad de ser cruel de natural en ti, como la risa o el llanto. Y yo mudo. Mudo de asombro; mudo de verte; mudo por tu belleza; callado por tu dejadez. Y esa camiseta ajustada, y esos brazos morenos y esa sonrisa pícara, y esas piernas de alambre que se clavan en la tierra con cabezonería…Pensé que me daba un vahído, pero me contuve; sentí que mi corazón se volcaba y casi me da náuseas sentirlo latir en mi pecho. Y sonreíste a la tarde y comentaste qué casualidad encontrarnos así, sin darnos cuenta, casi cayéndonos… Y yo callado, mudo como una estatua mutilada; porque me arrancaste las sensaciones de cuajo, dejando en mi corazón un hueco negro y vacío. Pero si tú no fuiste capaz de darte cuenta hace un año, ahora seguramente menos.

Y me invitaste a un café, y sostuvimos un monólogo de naderías, absurdeces y tonterías. Te oía hablar seguido, como si estuvieses recitando una lección muy repetida; como una escena que, de tanto esperada, sólo se pretende que salga bien para que acabe la expectativa. Y yo no decía nada. Y tú no te diste cuenta hasta un buen rato después, cuando el silencio se hizo tan pesado como una sombra, tan molesto como una piedra en un zapato. Cuando se acabaron los hechos, los pormenores vacuos, los cambios y las fruslerías; las aventuras y los riesgos; y la salud y la enfermedad, y tus padres o los míos, y tus hermanos y los míos; el silencio cayó entre nosotros como una sorpresa, aunque yo no hubiese abandonado nunca sus fronteras.

Carraspeaste, por primera vez algo molesto. No esperabas este encuentro; me habías evitado todo este tiempo. Ya lo había notado. Yo no. Todo lo contrario: sólo salía a la calle para buscarte desesperadamente; para encontrarte y rogarte y pedirte una explicación y una despedida. No te hubiese pedido que volvieses conmigo porque nunca hemos estado realmente juntos; ya soy muy mayor para correr detrás de nadie. Y, de todas maneras, tú no lo mereces, pero eso es otra cosa. Y, cuando desistí, cansado y decepcionado, llegaste y tropezamos y casi nos caemos tú encima de mí, ese cuerpo caliente, moreno, enorme, único, y una sonrisa de circunstancias y una conversación hueca, y volvíamos a estar juntos, juntos pero no juntos: una mesa, un silencio y un año nos separaban.

Y te escuchaba hablar y hablar de lo que nunca fue nuestro; te veía buscar explicaciones o justificaciones o nada, y sólo se dibujaba un vacío entre tú y yo en el que no quería entrar. Durante esa hora, porque sólo fue una hora, mi corazón latió tan deprisa que me lastimaba los oídos; mi mente viajó una y otra vez hacia la nada y volvió cargada de sueños rotos y de los pedazos de un corazón destrozado. Tu voz llegaba hasta mi y rebotaba en mi silencio, afónico que estaba del asombro y del dolor. Porque aún me dolió verte tan completo, tan tú de nuevo, tan bien sin mi compañía; comparado conmigo, gordo, apiltrafado, perdido y sin puerto donde atracar. Y sin amor, sin nada…

Y me di cuenta que todo era falso. Tus justificaciones, tus vanas intenciones de dibujar una disculpa. A pesar de todas esas palabras que salían sin freno de tu boca, dichas con una expresión dura y poco sincera; a pesar de la cercanía de tu compañía, llena de calor y estrecheces; tus ojos no revelaban emoción alguna, ni siquiera desinterés. Y supe de repente que, aunque me quedase un poco más junto a ti, como me pedías, tú nunca serías capaz de darte cuenta de todo el daño que me hiciste, de toda la indefensión a la que me arrojaste, de todo el lastre con el que me cargaste cuando te fuiste, cuando te fuiste corriendo cobardemente; cuando, cobardemente, me dejaste en aquella calle solitaria y lluviosa sin decir si quiera adiós.

Antes de irme me reprochaste mi silencio, que caía como una losa sobre nuestro reencuentro. Y yo seguí callado. Te veía y era rodearme de innumerables recuerdos, vivencias pasadas que ya no tenían brillo, o no el que tuvieron una vez. Y, en medio de esos reproches vacuos, supe que no necesitaba hablarte, que no quería decirte lo mucho que había sufrido tu ausencia; el dolor inmenso al que me había arrojado tu abandono; al abandono de mí mismo al que me había arrojado cuando me di cuenta que nuca sería digno de ti. Y me di cuenta que no quería hablarte de lo que duele el corazón abandonado, vestido de azul y negro; no quería que supieses la locura en la que me había inmolado por tu ausencia y la querencia de paz que me acompaña desde aquel día.

Porque tú sigues tan encerrado en ti mismo que decirte lo mucho que me había costado acostumbrarme a tu ausencia hubiese resultado un halago y para mí una nueva pérdida. Porque sé que no estás solo, que nunca lo has estado, y que te espera alguien con la sonrisa abierta al final del día, entre sábanas tibias y aromas de comida recién hecha… Y haberte dicho que aún te amaba sólo hubiese conllevado más dolor a mi corazón cansado y más combustible a tu orgullo, del que había olvidado lo mucho que ocupa.

Y callaste por fin, contagiado por mi mudez. Tus ojos de miel y desierto, tu boca de seda roja, esas espaldas de mapamundi encerradas mal que bien en esa camiseta demasiado ajustada; esas piernas poderosas, retorcidas como malos pensamientos, que una vez atajaron mi cuerpo y destrozaron mi corazón…

Tengo que irme… Pero quédate un poco más… Si me quedo un poco más…¿Sí?….

Me puse la chaqueta, que oculta como puede mi sobrepeso y mi abandono, y me fui de allí, de aquel café y de ti, sin despedirme siquiera. Sabiendo que no quería volver a verte, saber más de ti, tenerte cerca.

Ojalá la vida te trate bien; te dé salud, sexo, amor, calor y compañía; y que conserve esa belleza de cuento que siempre te ha brindado… Si sólo me hubieras amado un poco, si tan sólo hubieras escuchado a mi corazón… Pero ahora es tarde, ya es muy tarde. Y me he quedado sin palabras con las que hablarte, como me quedé sin corazón cuando me abandonaste. Y puede que sea lo mejor. Ahora ya lo acepto: no quise hablarte de lo mucho que había sufrido, de lo que aún sufro por ti, porque hubiera sido inútil: hubieras seguido sin escucharme, y ahora comprensión es lo único que busco… Y eso es algo que nunca encontraré en ti.

Por eso me fui, sin volver a verte, sin querer saber más de ti. Ya es hora de dejar todo el dolor atrás.