Y no es exclusivo de un grupo étnico, ni de un segmento poblacional; no afecta a pobres o a ricos; ni a mujeres ni a hombres; ni a niños o ancianos; no se asocia a un estilo de vida; todos estamos expuestos; todos merecemos saber.
Y sí, la pandemia de la mitad del siglo XX ha sido el VIH (aunque aquí habría que hacerle un hueco al virus de la Hepatitis C, mucho más infectante y también letal que el propio VIH, pero que se ha beneficiado de la investigación del mismo para brillar en su tratamiento) y sigue siéndolo. Ahora ya en la cómoda posición de enfermedad crónica, pero que continúa dando quebraderos de cabeza a los investigadores con su enrevesado sistema de supervivencia.
VIH es un virus. Así que los tiempos de los virus no son estos. Siguen siéndolo. Y a diferencia de esta nueva pandemia, el VIH apareció en un momento de brillantez cultural pero todavía germinal en cuanto a globalización humana. En los tiempos de desarrollo de la comunicación por satélite, de la aparición de diversos canales de televisión temáticos que se convirtieron en verdaderos iconos; la popularización de las primeras computadoras personales, en lenguaje binario, el floppy disk de memoria, la marca de la Ventana y de la Manzana, el Walk-man (¡qué libertad sonora!) y los video juegos caseros y portátiles, la interconexión humana aún era complicada, la comunicación a distancia (o mejor dicho, la ausencia de inmediatez actual) primaba; así, a pesar de los avances tecnológicos y de los primeros albores de encuentros y conexión mundial, la información veraz quedaba descolgada, y muchas veces oscurecida, bajo los mantos de tabúes y de intereses comerciales o culturales. ¿No os suena? Es cierto: no hemos cambiado un ápice en miles de años de Historia humana.
¿No vivimos tiempos paralelos? Sólo que hemos hecho del SARS-COV-2 un circo mediático que en la década de 1980 era impensable.
It’s a sin es la nueva miniserie de HBO firmada por Russel T. Davies, hombre al que se le deben joyas televisivas, supuestamente transgresoras, desenfadas e incisivas, y sobre todo apegadas a la realidad, a la que no mira con miedo pero tampoco con ira. Russell T. Davies es un hombre que comprende, y crea, bajo esa premisa.
La miniserie va sobre el amor en los tiempos de Sida. Sobre el manto de peligro e incertidumbre que se va extendiendo en la sociedad británica (mejor dicho, del Reino Unido) a lo largo de la década de 1980-1990. Es una mirada reflexiva, carente de revancha, explicativa, apegada a la realidad social; no hay en ningún fotograma ni un ápice de la superioridad moral de la que adolecen las obras norteamericanas creadas sobre el mismo período; carece de esa manía inculpatoria que tanto hemos visto, de ese ambiente oscuro y sin salida, y de esa reivindicación que enfervorece a las masas (en ese gesto tan puritano que sigue en boga en nuestros días) mezcla de razón y sinrazón. It’s a sin está en las antípodas de The Human Heart o de Angels in America, impostadas y grandilocuentes, y por tanto extremas en su apropiación a una causa y su rechazo al resto; y más cerca de la primera obra realmente abierta y clara sobre la década: Longtime Companion. Cae, como sus loables e inmensas antecesoras, en momentos cliché; pero está muy, pero muy por encima de todas ellas en su visión social, amplia y muy real, sin un ápice de propaganda ni de resentimiento (eso se lo deja al espectador, fin real de toda obra artística) del ambiente de 1980, de la evolución política y legislativa, de las conquistas y pérdidas, y de la amplísima gama de sentimientos y emociones de la que somos capaces los seres humanos en ese viaje que va desde la despreocupación del desconocimiento hasta la madurez del saber y la pérdida.
It’s a sin es un canto a la vida, un retrato de un tiempo del que somos directos herederos, y una mirada madura y hermosa, rebosante del encanto de lo real (¡y la mejor música pop!), que merece la pena ver y disfrutar.