Cosas ordinarias

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside

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 ©Ralf Pascual

Domingo. Temprano. Salimos a jugar un poco al baloncesto. Te burlas de mi torpeza, que también te irrita. Pero sonríes con cada enceste y me miras divertido cada vez que intento un mate.

La luz suave de octubre, cuando no hace frío ni calor, perfecta para vivir confidencias. Dos amigos en un fin de semana que hacen cosas ordinarias como si fuesen excepcionales: la compra para el desayuno, caminar por el paseo del río inmenso, divertirse en las termas y en la noche loca de pubs y entresijos apasionados. Cenar a la luz de las velas, en un local pequeño y encantador; entrar del brazo por un pasillo estrecho; cocer un par de huevos, echarles sal; verter leche en chocolate instantáneo, guardar esas imágenes increíbles en la memoria a falta de cámara de fotos.

El aire suave entra por una ventana entreabierta. Y mi cabeza se posa sobre tu regazo. No hablamos. El silencio se rompe con el sonido del periódico y el roce de tus dedos en mi pelo suelto. No hablamos y esa comodidad infinita nos envuelve. No hay nada que no podamos hacer ni que se nos prohiba; dos seres que no tienen nada que perder entre esas paredes protectoras. Y ese silencio que es un bautismo, un lazo irrompible.

Tus labios se mueven con la lectura imperceptible. Yo cierro los ojos, incapaz de hacer nada más que esas pequeñas cosas ordinarias que definen a la vida: un desayuno abundante, acomodarte el cuello del jersey, amoldar mi cabeza a la suavidad de tu regazo. El olor del café y las tostadas, el roce de las hojas al ser leídas y olvidadas, las arrugas de unas sábanas estiradas hacía nada, y el rumor de tu pecho sobre mí. Esas cosas ordinarias que definen la vida y que nos pertenecen y garantizan que formamos parte del mundo.

Nada hay que nos distinga de cualquier otra pareja de amigos que se quieren. Y se desean. Y están juntos. Ese momento que nada define pero en el que todo coincide: amor, silencio, caricias, bromas, pura consciencia y ser. Esas cosas que nos hacen humanos que se aman y que desean construir un universo único en un mundo cambiante. Esas cosas ordinarias que quizá nunca se nos hubiesen permitido por ser lo que somos, por querer querernos como hombres, por vivir como hombres.

Y te escribo esto después de habernos despedido. Después del tiempo que ha pasado. Después de no saber nada más de ti. Sólo para que sepas que el amor que te tengo sigue brotando en mí como la savia en un árbol; que mis sueños de ser una pareja normal, que sale de noche a tomar algo, que juega una partida de cartas y va al gimnasio y que hace chocolate instantáneo con leche entera siguen intactos. Sólo para que te des cuenta que esos instantes de silencio, en el que todo coincidía, eran la Felicidad; ese momento suspendido donde todo es Perfecto: esas cosas ordinarias que tejen una vida y que gritan, sí, que gritan, que es posible vivir feliz y despreocupado al saberse querido, deseado y aceptado.

Y te escribo esto con la esperanza, aunque sea pequeña, de que me recuerdes, que revivas esos instantes nimios que nos hicieron sentir inmensos, y que aún perduran en mi corazón con el ritmo de tus caricias y el rumor constante de nuestros silencios.

Y con la esperanza de que, pese a todo, aún no sea demasiado tarde. Para ti. Para mí. Para ambos.

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