©Enrique Toribio
Nunca me ha gustado salir en fotos. Mi fotogenia es nula, además de desconocer cómo posar o sacar lo mejor de mí en esos trocitos de vida que quedan para el recuerdo. Por eso mismo, porque entonces los recuerdos no son tan hermosos como los evoco, no me gusta salir en las fotos: mi realidad se impone siempre.
Hay algo constante, empero: mi mirada. Desde que las fotos lo reflejan, tengo mirada triste. Recuerdo la voz de alguien que me acompañaba, cuando en momentos determinados yo callaba y entraba en un estado un tanto melancólico que cada vez se repite más, urgiéndome a hablar, a que esos fantasmas pasasen de largo y volviese a la conversación alegre, banal y sin consecuencias que tanto le gustaba tener conmigo. Esos años de felicidad que acabaron hace una década…
Cuando comenzamos a contar los instantes de verdadera felicidad por bloques de decenios, la vida pasa volando. Me gustaría decir que atesoro todas sus enseñanzas y que éstas me sirven para algo; como hay excepciones, puedo afirmar sin embargo que muchas de esas lecciones intento aprehenderlas al verlas reflejadas en otros, cuyo consejo ni desean ni lo esperan, pero que yo les suelto lo mismo, quedándome tan ancho: a veces caen en saco roto, pero otras tantas hacen poso. Como el que hay en mi mirada, y eso me deja satisfecho.
No puedo decir que mi vida haya sido útil. Primero habría que definir qué es tener una vida útil, claro. Tampoco fructífera, salvo mantenerme con vida, que es un milagro más de la bioquímica y la fisiología que de mí mismo. Si contemplo mis expectativas, debería codificar mi vida como un fracaso. Eso es lo malo de los sueños de adolescencia. Si analizo mis actuaciones, percibo tanto error acumulado que casi me da vergüenza rescatar un recuerdo del Baúl del Olvido, que es donde mejor están; haciéndose, fotos y ellos, mutua compañía. Decir que nos mienten los sueños es casi una redundancia: hay quien los colma. Afirmar que la vida sigue un mapa establecido, una falacia más. Y sin embargo, hay quien consigue, con más o menos acierto, las postas que ha planeado en su vida. Yo no he conseguido ningún logro, así que puedo decir que mi mediocridad de punto medio y el abandono continuo son quizá los rasgos que más prevalecen en un retrato interno poco dado a deificaciones o irrealidades.
Y sin embargo, la vida me ha llevado a conocer a verdaderos artistas, y estos han hecho algún retrato que parece reflejar el verdadero sentido de mi alma, que se me escapa de continuo. En esas fotos parezco otro, o la mejor versión de mí mismo, y al contemplarlas puedo ver la amabilidad, el ansia de perfección, la dosis exacta de pereza, la abulia desapasionada ante todo lo efímero, el amor por lo Bello, que no es lo Perfecto si no lo que late apasionadamente; cierto gusto por el Arte, cierta admiración por la Ciencia, una fascinación por la Historia y la Naturaleza, un gramo de desprecio a políticos y regímenes de todos los colores y a la idiotez humana, que cada vez llevo peor. Un rechazo orgánico ante todo lo que agravie a la vida y a las personas, una negativa visceral ante todo lo que ate a los hombres y les prive de su libertad: la manipulación ideológica y tecnológica, la imposición de necesidades irrelevantes, la pereza intelectual y el desprecio a lo distinto.
Años que pasan, frustraciones que se suman, escasas decepciones ya; a veces cansancio y nulas esperanzas. Cadenas que atan, tiempo que se pierde y ya no vuelve más. Corazón lento, que ya ni llora de desamor; nuez donde navegan sueños frágiles que jamás llegan a puerto, y una voz chiquita que aún lucha por ser escuchada y comprendida.
Un año más: piel flácida, canas, dolor de espalda, responsabilidades que cada vez pesan más y sueños que se desvanecen.. Y aún continúo buscando mi sitio.
No tengo remedio.
Buenos días, Juanra.
Tu artículo más intimista, sin duda, de todos los que te llevo leídos desde que te sigo. Sientes nostalgia por lo que te falta y, sin embargo, no te das cuenta de que tu prosa es una gran vía de escape y de realización. Tal vez esté llegando el momento de priorizar esos anhelos a aquellas responsabilidades de las que nos vamos cubriendo por exceso de tiempo y de compromiso. No obstante, no te sientas tan solo. Tu ser le da plenitud al paso del tiempo que dejas entrever en tus fotografías.
Un abrazote, sigue escribiendo, amigo.
Juan Ignacio Gámez
Muchas gracias, Juan Ignacio. Son momentos que están ahí, pero que conforman un abanico más completo… Digamos que es bueno saber que existen, pero que no eviten seguir adelante. Muchas, muchas gracias!
Hola Juan…
– Muchos, muchos años hace que no hablamos, demasiados y demasiados conversaciones que se han perdido. No hace mucho que me topé de casualidad con este blog…ese extraño mundo de galletas digitales que enlazadas te proponen alternativas curiosas. Hace mucho, repito que no hablamos. Pero salvo que la sombra del tiempo lo haya causado, no te recuerdo con mirada triste, al contrario, en los tormentos de las guardias escaparse a charlar contigo en los huracanes de la UCI era muy reconfortante…en fin hay un disco (si claro la música como no…) de Cristina del Valle llamado «El Dios de las pequeñas cosas». El disco no lo escuché pero el título me encanta, es quizás en esas pequeñas cosas dónde puede apagarse el amargor cotidiano…tu vida claro que es grande, muy grande, a lo mejor esa excelencia académica que algunos confunden con trascendencia puede hacer sentir a uno poco valioso pero no…eres grande y no sólo en lo físico sino en tu interior…de los mejores recuerdos que guardo son aquellos primeros años de residencia…en fin quien sabe cuando volveremos a vernos…tengo algo que decirte a ti, tu madre y hermano, no es aquí el momento. Por cierto feliz 14M a todo pasado…brindemos por los recuerdos, abrazisimo!
No hay conversación perdida y sí cientos de recuerdos. Sigues siendo un gran hombre. Un gran abrazo, Fer!!
Dónde dice huracanes debia decir «butacones»