Después de mucho tiempo manteniendo barreras a la confianza, dando lo que se recibe, sintiendo superficialmente, encontrando en la amistad, en el amor alado el mejor refugio, tan lejos de una intimidad real como del sueño por alcanzarla, siendo tan racional y tan sutilmente feliz con ello, he errado de nuevo.
Ha pasado pocas veces. Cuando el compromiso es total, después de muchas precauciones, haber caminado de nuevo sobre el abismo causaba temor, pero el momento era tan dulce, el trato tan distinto, lleno de una atención especial y de una seducción única… Ha pasado pocas veces, y en todas he perdido. Ésta no iba a ser diferente.
De nada valieron las barreras, las explicaciones racionales, la observación constante. Confiar en que el Otro sea igual de generoso pues lo parece a manos llenas; esperar que el lazo que comienza a unirse no se deshaga al mínimo inconveniente; soñar que la amistad duradera es posible, que la complicidad y la intimidad, sin esos estorbos de emociones entrecortadas, racional y apasionada, delicada a la vez y única, es alcanzable; y despertar de repente, arrancado de raíz, sin explicación alguna, sin ninguna esperanza.
¿Es tan difícil afrontar una equivocación? ¿Es el deseo de seducir, y después de compensar un exceso que nos hace sentir culpables, algo tan pesado de llevar para ser incapaces de afrontar una decisión y salir corriendo sin emitir una palabra? Un beso en la mejilla, un no me viene bien, un se me ha olvidado, un no tengo tiempo, un no sé qué más hacer…
La vida es una farsa. Seguramente por culpa mía. Sólo quería conseguir ese sueño que llevaba dentro, nada más; ese milagro absurdo en el que una amistad se acerca más a un intercambio de genialidades y a una batalla por intereses comunes, una integración en la vida del Otro, sin hacerse pesada, sin esperar nada más…
¿No es insólito? A estas alturas pensando que lo inmaterial puede hacerse posible… ¿No es gracioso sentirse un extraño en medio de una relación que parecía reverdecer viejos anhelos muertos?
Confiar en una camaradería falsa; esperar una complicidad egoísta; soñar, durante un instante, que lo Perfecto es posible, y despertar brusco, con un golpe de realidad: seco, duro (que sería lo de menos), lleno de silencio (que es lo que más duele.)
Me dejé llevar… Tonto de mí. ¿Me gusta la farsa? Seguramente. Culpa mía… Pensé que queríamos muchas cosas juntos, y ahora estoy así: ingrávido, relegado a un segundo plano, a un mundo de silencio, y ya está…
¿No es gracioso? ¿No es inútil? Perder mi tiempo a estas alturas de la vida, que ya no me sobra… Menuda gracia de chiste, menudo dolor hueco…
Todo pasa. Esto también pasará. Pero la confianza herida apenas cicatriza; la espera no es más que una vieja conocida; los sueños se apagan, pues ni siquiera yo mismo los merezco, para vivir en un constante despertar vacío de anhelos y de descanso.
Nos abrimos y lo damos todo una y otra vez.