Otro yo.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone

villalonga

He tenido días mejores. He tenido mejores épocas. Fui joven, piel lozana que brillaba al sol y que ignoraba que lo era; semanas que pasaban una tras otra sin discontinuidad donde el corazón latía sin saber que vivía y soñando sin pensar que jamás se realizaría el material con que tejía esos sueños.

A veces me miro en el espejo y no me reconozco. No soy yo. Yo no soy yo. Porque yo era guay, era genial, reía espontáneamente, apenas dormía pero no tenía cansada la mirada y trabajaba sin descanso, sin ser consciente de que lo hacía, porque era feliz.

Todo me llevaba a ese estado de embriaguez: la inconsciencia de lo que está pasando, la excesiva confianza en el porvenir, esa rara facilidad de que todo ocurre porque debe ser así.

Pero ese yo, si fui yo, ya no existe. Ese yo que era todo posibilidad ha muerto en este otro que se ve en el espejo sin reconocerse, ya mayor, con canas en las sienes y ojeras perpetuas; cuyo cuerpo reclama un dolor, una digestión pesada y un rencor más grande que el corazón.

Ese reflejo no soy yo, no el que una vez soñé que sería. Y en este punto de la vida, en el que no puedo revivir hacia atrás salvo por tristeza, el desengaño de mi propia existencia me apuñala el alma y me vacía lentamente, desangrando mis ilusiones, perdiendo cada una de las esperanzas (¿las tuve alguna vez?), deshilachando el mundo de lo que puede ser y revelando el mundo de lo que ha sido, demasiado oscuro y gris e inútil que estalla hoy a mis pies.

He tenido temporadas mejores. Al menos momentos en los que este peso del mundo llevo mejor. Hoy ya no puedo con él. Hoy mi mente se acompasa con el corazón cansado y se imagina otros yo que pudieron ser mejores versiones de mí mismo, que supieron amar, que latieron aventureros, que vivieron una verdad que sigue quemándome los labios; me detengo en dibujar otros yo que amaron a pleno sol, que dejaron atrás ideas impuestas por otros, que hallaron un camino propio y cuyos errores asumieron como parte de la vida, esa vida que se regalaba feliz de tenerlos cerca. Cada recodo del camino, cada error, cada acierto, los han llevado a la meta de la felicidad: es instante alciónico en el que todo converge y que dura la eternidad de un recuerdo retenido, de una memoria evocada.

No lo sé. Pude tener tres hijos, o ninguno. Pude amarle a él de verdad, sin agobiarle con mi actitud pasivo-agresiva; pude desembarazarme de responsabilidades que no eran mías, pude mudarme y empezar de cero una vida que deseaba fuera mías: mi propio piso, mi trabajo, mi tiempo para mí mismo, sin justificaciones y, sobre todo, sin mentiras; creerme enamorado y sufrir por desamor, viajar sin preocupaciones y tener todavía algo de dinero para un capricho, o dos, o ninguno. Otro yo que no temiese abrazar a su amante a la luz de la luna, ni besarlo en una esquina recóndita, que lleva de la mano un pequeño, coleccionar amantes como se coleccionan cromos; olvidar el sufrimiento del mundo una vez se cerrase la puerta del hogar y vivir rodeado de belleza humana y natural, plantas y animales, ladridos de perros, trinos de pájaros y chirriantes gemidos de alarmas ajenas, música desafinada y, también, un toque desenfadado y hasta de mal gusto.

Otro yo que no se preocupase en exceso de la opinión ajena; que cuidase no hacer daño gratuito a los demás; que deseara su trabajo, que lo admirase y quisiese; que fuera impasible y dulce, imposible y cariñoso, callado y hablador por los codos, que fuera querido y admirado, un punto envidiado también, y difícil de olvidar… Alguien que no soy yo.

Pero ya nada es posible. El destino no gira de vuelta y no hay finales felices, no hay ni siquiera un final, si no un continuo de pobreza, aburrimiento, una vida gris dependiente de los demás, asqueado de lo que le rodea y con quienes trabaja, a veces lleno de miedo y otras tantas, presa de un arrebato de valentía que es un mal remedo de lo que una vez pudo haber sido. Y consciente de que, si pudiese hablar de nuevo con aquel chaval de veinte años que se creía capaz de todo, le diría que despreciase la admiración ajena, que jamás vendiera sus ilusiones por la vida de otros, que nunca aceptara llevar responsabilidades que no le correspondieran y que era libre de ser quién es, de vivir quién es y que jamás, jamás estaría en deuda con nadie aceptándolo. Que se mudara a Madrid, que se escapara a Menorca, que estar gordito es una opción tan válida como estar en forma, y que quererse a sí mismo es el mejor regalo y la única vía de vivir una vida plena.

En fin…

Otro yo no sería este yo. Sería una versión mejorada de mí mismo. Con su problemas, con sus defectos, pero sería pleno, contundente, pesado, hecho a sí mismo, único y feliz, por sobre todo feliz.

No como soy hoy.

He tenido días mejores…

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