En el Pasillo de la Salud Perdida las emociones se encuentran en estado puro; es un risco, un malecón, donde la fuerza de los vientos se encuentran, donde la masa embravecida de las aguas choca una contra otra, haciendo temblar los cimientos de nuestro mundo, destrozando nuestra estabilidad, aniquilando nuestras esperanzas.
Pero la vida es así. Una vez agotadas todas las luchas internas, una vez perdidas todas las batallas contra la Enfermedad, es decir contra el Presente, sólo nos queda abandonarnos a ese vaivén, a ese fluir sin más órdenes que las recibidas, sin más sueños que nuestras esperanzas en minúsculas, sin bordes ni mapas que aseguren una travesía sin riesgos.
La Enfermedad, como la vida, es un mar embravecido, un precipicio, una quemadura indeleble y quizá la mayor prueba de confianza a la que nos enfrentaremos nunca. No siempre para bien. O, ¿quién nos dice que no lo sea? Si quisiéramos, entraríamos aquí en meditaciones abstrusas que o interesarían a nadie más que al Enfermo, que pivota entre sus deseos y los de sus familiares, entre los remedios que le recetan y las pruebas a las que le someten.
Una vez agotadas todas las luchas interiores, una vez que dejamos atrás preguntas que nos afectan directamente, que son ecos de nuestro ego herido, la clave para seguir adelante está en dejarse ir, en fluir. No es depositar una confianza vana en una fe prestada; ni siquiera en las configuraciones taumatúrgicas de los profesionales de la salud: fluir en el cuidado de Enfermería y Auxiliería, confianza en las decisiones tomadas, abandono al Destino pues no hay mayor lucha estéril que aquella en la que luchamos contra una Realidad que no cambiará aunque lo deseemos con fuerza (o fe) sobrehumana. En el punto en el que estoy, lo más sensato, lo que menos me hace sufrir (ya se encarga la Enfermedad de eso) es negarme a mí mismo al menos la paz de abandonarme a los acontecimientos, de Aceptar lo que ya es y dejarme ir con el río de la vida hasta el meandro de mi destino, que será sin duda el mejor al que la Enfermedad me ha arrojado.
Es una decisión plenamente consciente, y el baño de libertad es igual de poderoso. Hay baches en el camino, pozas donde reculo a veces, como en el río de un desamor por el que vamos navegando y que sólo al distancia atemperará. La Enfermedad, o el viaje por el Pasillo de la Salud Perdida es igual de tortuoso, igual de doloroso a veces y, por encima de todo, tan liberador o más, tan refrescante y eterno.
Y poco a poco, aunque la piel arda incesante, en la pira de mi vida el incienso se alza al cielo en busca de Serenidad y de Fuerza, que me permita seguir fluyendo por él hasta el final.
Ánimo… abrazo… beso…
Gracias! Abrazo de vuelta!