Tras una reacción alérgica grave, que lo metió en shock anafiláctico y que le causó un paro cardíaco (reconocido y tratado a tiempo por parte de nuestro equipo de UCI) y una resucitación cardiopulmonar intachable, el paciente se encontraba ya despierto (no daño cerebral secundario a la parada) con la tensión todavía inestable por la reacción alérgica pero con visos de mejorar pronto, me tocaba al estar de guardia, seguir con el tratamiento y, a poder ser, terminar el proceso de desconexión del respirador y retirada de la medicación.
En la guardia, demasiado trabajosa para una sola persona (algo que no entienden los que dicen saber de dirección hospitalaria pero nada de atención a los pacientes) el proceso se enllenteció un poco: el paciente orinaba cada vez menos y, en esas circunstancias, preferí esperar y ver hacia dónde se dirigía la evolución de su proceso.
Con el pasar de las horas, quedaba claro que el órgano más afectado en aquella revolución alérgica había sido el riñón. Ya lo tenía algo alterado previo al evento, con lo que la agresión empeoró más lo que ya estaba algo dañado. Con todo, tuve que colocarle una máquina que, para mí, es milagrosa: nos ayuda mucho a la hora de tratar a los pacientes más graves. Empezamos con la diálisis continua, que permite que los riñones descansen y se recuperen, suplantando su función de una forma asombrosa.
Así se lo expliqué a la familia. Todo en sí es un caos en el momento inmediato: una reacción alérgica, una parada cardíaca, el riesgo de que muchos órganos quedasen muy tocados, y ahora el riñón que no funcionaba.
– ¿No le funciona uno o ninguno?
Se nos olvida que, aunque hablemos en singular, cuando no funcionan los órganos dobles, los legos no lo perciben así y preguntan, con todo el sentido común, si siendo dos, alguno de ellos funcionaría.
Corregí mi error y les dije que si alguna funcionase, lo haría por los dos, y no tendría la necesidad de la máquina de diálisis.
– ¿Por cuánto tiempo la tendría? ¿Será definitivo?
Hablábamos de un hombre ya mayor, con una serie de problemas, todos de importancia mediana, sumándole uno de importancia capital, como es el quedarse sin función renal.
– No lo sabemos todavía.
Mucha gente tuerce el gesto ante esta declaración de máxima veracidad. No lo sabemos no significa que no ocurra lo que esperamos, sólo que nos es difícil visualizar cuánto de daño ha habido en un órgano y si éste es lo bastante profundo para que su función se vea dañada para siempre. Resistí esa expresión tantas veces vista, e intenté sonreír.
– Hay que dejar descansar a los riñones unas dos o tres semanas. En ese tiempo, si el daño ha sido poco importante, volverán a funcionar, siempre con un daño determinado, pero se libraría de estar unido a una máquina de diálisis durante tres veces a la semana. Sólo nos queda esperar y ver, pero sobre todo que se recupere de este susto.
Me gusta llevar a los familiares al momento presente, al instante real en el que estamos. Si la Medicina fuese una ciencia exacta y no un mar de probabilidades (como toda ciencia muy cercana al hombre) sería fácil explicar respuesta futuras y, por sobre todo, no equivocarse. A veces empleo la imagen de la bola de cristal. Si pudiera ver el futuro, créanme que no estaría alas cuatro de la mañana hablando de la posible lesión renal de un enfermo: estaría en Aruba tostándome al sol. Generalmente los familiares comprenden el tono de broma seria que empleo, y podemos salvar el escollo sin muchos problemas secundarios.
El enfermo de la cama 15 despertó bien, con el uso de la máquina de diálisis continua se aseguró una buena evolución, y se pudo entubar, retirar el respirador y comenzar los estudios posteriores que determinarían la causa de la respuesta alérgica de su cuerpo. Pero el riñón no mejoraba. Tras dos días, estando ya físicamente bien, intentamos recuperar su función propia con la infusión de diuréticos por vena, pero no hubo respuesta. Ante la situación, llamamos a los compañeros de Nefrología, para incluirlo al menos momentáneamente en el programa de diálisis intermitente.
Cuando llegaron a su cama para explicarle el proceso y el momento todavía delicado que tenían sus riñones, el enfermo se les quedó mirando fijamente. Esperó sin impacientarse a que terminara la larga perorata de términos médicos, la exposición de una situación real que lo ataría a una máquina tres veces por semana para limpiar la sangre que sus riñones no podrían hacer.
Recuerdo su mirada esperanzada durante el discurso del galeno. Asentía a veces, otras veces abrir la boca con la intención de decir algo, pero moría el esfuerzo ante las explicaciones pertinentes. Y los ojos le brillaban. Tenían esa expresión entre esperanzada y comprensiva que muchos enfermos tienen ante nuestras explicaciones, ante los problemas que les atañen a ellos, muy distinta de la del familiar, cuya actitud es diametralmente opuesta, casi siempre más sombría y temerosa.
Sus ojos me recordaron a los de mi padre cada vez que se enfrentaba a un nuevo giro con la Enfermedad.
Cuando el neurólogo cesó sus explicaciones, el enfermo se aclaró la voz y sin apartar la vista de su interlocutor, dijo:
– Sólo tengo dos preguntas: ¿Son los dos riñones o uno? ¿Y cuándo sabremos que es definitivo?
El nefrólogo sonrió ante la pregunta de siempre e intentó explicarle el período de prueba, digamos, al que se someterían sus riñones, y la posibilidad de que no salieran con bien de esto.
No dijo nada más. Siguió cada una de las explicaciones con ese espíritu único que he visto en poca gente y que mi padre tenía a borbotones. Ese espíritu que sólo se ve en en la mirada: sus ojos de esperanza lo decían todo.
Entendió, o hizo como si lo entendiese. El nefrólogo se despidió y quedamos los dos solos. Entró la enfermera, siempre amables y atentas en nuestra UCI, anunciándole la llegada d ella comida.
Él se frotó las manos. Y me miró. Y sonrió. Y me dijo:
– Queda esperar.
Cabeceé sonriendo.
– Sï.
– Bueno -terminó diciendo- por lo pronto, tengo hambre. A ver qué nos dan de comer.
Y me alejé de su cama, para que pudiera disfrutar de la magra porción de alimentos que le tocaba. Y pensé en mi padre, bajo circunstancias similares, y sonreí.
Una forma más de tenerlo siempre cerca.