De mar a mar es un compendio de las epístolas que, entre 1965 y 1975, Ana María Foix y Rosa Chacel compartieron durante la adolescencia de la primera y el exilio americano de la segunda.
De profunda carga psicológica y personal, llena de coraje, de pasión por la literatura y la creación, de una sinceridad desarmante y de cierta monotonía del día a día, la historia de dos mujeres muy diferentes, pero unidas a través del océano y su amor por la creación literaria, se despliega viva y muy actual, después de medio siglo de haberse iniciado.
En esas cartas hay deseo y necesidad de conocerse, de entenderse, de quererse y de admirarse. Pudiendo ser su abuela, Rosa Chacel trata a la avispadísima adolescente como una igual. Ana María Moix descubre que una admiración profesional puede derivar (y deriva) en una amistad profunda, en un cariño escrito que no disimula su profundidad y que se extenderá hasta que la muerte diluya la historia de cada una.
De mar a mar, en la edición del 2015, contiene pequeñas erratas, pero le dan más autenticidad a un texto escrito muchas veces a bote pronto, con pausas desconcertantes y quizá con ciertos tachones. La habilidad epistolar que hemos perdido nos devuelve un mundo que en nada se parece al actual pero que está muy presente: allí donde haya sentimientos humanos, preocupaciones o deseos, siempre habrá lazos que unan experiencias distintas, mundos limitados por el perfil del tiempo que se deslizan, como fuerzas telúricas, en el presente, y nos da esa sensación extraña de estar repitiendo, sin querer, una y mil veces, el mismo guión.
Pero me gusta cómo está escrito, el lenguaje, la plasticidad, la belleza de la prosa, el ritmo poético de sus líneas. Cada exclamación o pequeño reproche, cada crítica y cada suspiro, cada depresión o aprehensión, cada tropiezo de Salud y su manejo (cincuenta años después, podríamos abordarlos y resolverlos de formas más simples), los abismos de la depresión, quizá unidos a la creación artística; esa vida auténtica de la adolescencia, cuyo cuerpo de creencias es tan sólido que ninguna duda lo corrompe, confrontado con la vida experienciada, que se enfrenta con armas diferentes, pero misma pasión, al día a día reconociéndose; todo conforma una sinfonía de palabras bien estructuradas, de significados (algunos con puntos suspensivos) tan bien escritos, que es per se una gozada para los sentidos.
Pondría en valor, como me dijo Màxim Huerta al recomendármelo, el retrato histórico de una época cercana en cuyos ecos y reverberaciones nacimos; destacaría a sí mismo la fortuna de compartir talento generacional de ambas, cada una en su momento de tiempo y de lugar; y el momento persona de cada una de las protagonistas. De todo eso trata De mar a mar. Pero no deja de ser un libro íntimo, un asomarse al mundo interior, a los miedos y razones y justificaciones y aprehensiones de dos seres que se reconocen y aprenden a quererse a través de lazos más profundos que el océano que los separa.
Tiene en común con El invitado amargo de Luis Cremades y Vicente Molina Foix (cuyo nombre aparece formando parte de ese conjunto astral, generacional, de esos años convulsos), la recuperación de un tiempo ido y desproporcionado, la vivencia auténtica, a flor de piel. Lo que las diferencia es la evocación, el tiempo verbal del retrato. En De mar a mar es de una brutal inmediatez; en El invitado amargo, el poder taumaturgo de la evocación (el poso del tiempo pasado) retrata con trazos auténticos un presenta que ya ha quedado atrás.
De mar a mar nos muestra dos mujeres más parecidas de lo que pensamos en un primer momento y asistimos a ese descubrimiento entre ellas, a la mutua admiración, al coraje y al amor que habla muchos idiomas y que viste innumerables trajes, incluso los de la distancia. De Barcelona a Río de Janeiro y viceversa, el vals de una amistad se va oyendo y nos llega con sonido apagado, pero continuo, como el de la marea de la mar.
Y me recuerda el estilo, la literatura, las lecturas, el lenguaje que amo y que me ha llevado a escribir (torpemente) como lo hago. En sus páginas me encuentro adolescente (como me ocurrió con Luis Cremades, por ejemplo), esa necesidad y ese amor por las palabras primero, y posteriormente por las tramas, que leía e imaginaba en mi cabeza; época en la que el corazón y el cerebro son casi la misma cosa. El secreto es ser siempre aquello que somos o que deseamos, lejos de las modas aparentes (todas las épocas se parecen y padecen los mismos males) y del bullicio del éxito (interpretado aquí en la forma de que a alguien le gusta lo que hacemos), confiar en esa desconfianza débil de la creación, y en seguir adelante, con las armas y las desarmas que tenemos, en este vaivén continuo que es estar vivo. Y llegar a la eternidad deseada, como ambas escritoras desearon, por la vía más íntima y única encerrada en una epístola.
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