Yo era R1. Recién llegado al hospital, llevaba unos tres meses más o menos, desde la secretaría del servicio de Medicina Interna me dijeron que me llamaba desde la UCI la Dra. Betancort.
La adjunta que me tutelaba se echó a reír y me dijo que bajase de inmediato porque a la Dra. Betancort le gustaba la puntualidad, era puntillosa con las maneras y que me preparase si había hecho algo mal. Y lo decía muy en serio. Con una carga de respeto en la voz que no se da fácilmente.
Allá me lancé veloz por las escaleras: bajé como un rayo siete pisos hasta encontrar la secretaría de la UCI donde ella me estaba esperando furibunda. Se agitaba como en un acceso, aunque intentaba disimularlo.
Me preguntó quién era yo y allí se acabó la serenidad. Visiblemente incordiada me preguntó qué había hecho con una historia clínica, que no la encontraba en la base de datos; así que debía de haber hecho algo erróneo durante la guardia en la que habíamos ingresado a un paciente.
Algo aterrado sin saber porqué, mi mente comenzó a recordar, con esa rapidez que luego me daría fama, qué había hecho yo ese día que no alcanzaba a situar en el mapa (hacía diez guardias al mes, sin libranzas, y trabajando de mañanas también, tenía la mecha consumida).
Le expliqué cómo había hecho siendo así que seguí los pasos que se me habían dado para guardar los datos en el ordenador.
– Pues te has equivocado. Algo has hecho mal.
Le pedí permiso, me senté frente al ordenador y ¡oh, sorpresa!, al primer intento apareció el informe. Ella se quedó muda. Y yo respiré aliviado.
Me levanté, ella se sentó delante el ordenador y me dio las gracias y me despidió sin mesura pero con estilo, demasiado harta que de nuevos R1 como para preocuparse de uno que, gracias la Providencia, salvó su pelo por una vez.
Cuando volví a la planta de Medicina Interna en menos de quince minutos, mi adjunta se sorprendió al verme tan aliviado y después se echó a reír.
– Creo que te va a ir bien.
Y así pasó.
Elsa Betancort era una mujer valiente, que no tenía pelos en la lengua, un carácter de mil demonios, accesos de ira épicos, una gran preocupación por los pacientes y por el trabajo bien hecho, una perfeccionista puntillosa y algo desconfiada, que jamás exigía menos de lo que ella misma daba.
Tuvimos desencuentros, casi todo por tonterías, y así fueron olvidados. Compartíamos gusto por llegar temprano; me aficionó a las tisanas madrugadoras; se preocupaba por lo que decían los demás de mí (aunque poco antes de su retiro, hace unos cinco meses, se dio cuenta que, aparte de falsos, esas cosas no tienen importancia ni peso en el mundo real); y quería que fuese feliz.
Tenía mucho de compañera, algo de madre, una capacidad poco habitual en las técnicas médicas, que hacía con una elegancia y destreza sin igual; imponía cierto respeto y creaba en aquellos en quienes confiaba, una red de simpatía y de cuidados que la hacía única.
Enfermó pronto y se ha ido aún más rápido, tan discreta con su vida personal como lo fue siempre. La última vez que la vi, en una habitación de hospital, daba buena cuenta de un bizcocho que mi madre le había enviado como prueba de afecto: se habían conocido años antes y se habían caído bien, aunque no mantenían una relación estrecha ni continuada en el tiempo (por cierto, mi madre también la conoció en uno de esos arrebatos que tanto la caracterizaban: marca de la casa; ahora que lo recuerdo, me hace reír.)
Me decía que estaba sorprendida del afecto que la gente le mostraba. Pensaba que ya no se acordarían de ella enfermeras, auxiliares y celadores que habían dejado la UCI muchos años atrás. Pero allí estaban. Veteranos de guerra como ella, mariscales de campo actuales e incluso gente joven a la que seguía aterrorizando pero que eran capaces de ver, como todos los que la apreciábamos, su verdadera valía y lo comprometida que estaba con su trabajo y con la calidad de lo que la rodeaba.
Eso la hizo llorar. Verse rodeada de cariño gratuito, de una generosidad sin eufemismos, hizo que sus últimos días conscientes como médico veterano de muchas guerras en la UCI valiesen la pena.
Y eso es algo que desde aquí me gustaría transmitirle a todos y cada uno de los que la apreciaban, que la aceptaban a su manera y que aún hoy, o quizá hoy con mayor motivo, la extrañan.
Organizamos su fiesta de jubilación y fue un éxito: pocas veces la vi tan radiante y tan serena, tan feliz. Fue una noche singular, sin duda, y me alegra que le gustase tanto, porque en el fondo la organizamos, todos los que pusimos un granito de arena en ella, con verdadero cariño y con gratitud.
Porque siempre es de agradecer la amabilidad, la corrección, la rectitud y alguna que otra bronca, aunque fuese inmerecida. Al final, todo vale para fabricar el cariño y para apuntalar una admiración.
Hoy, la Dra. Elsa Betancort nos ha dejado. Pero sólo por un tiempo.
Hasta luego, Elsa. Ha sido un placer, y un lío y una alegría compartir una docena de años contigo. Gracias por todo y por nada en especial. Sólo por haber estado allí.
También padecí su mal genio que siempre acompañaba de una mirada cómplice … Siempre preguntaba por mis niños y consciente de mis mil batallas por salir adelante me dedicaba palabras y gestos llenos de afecto y admiración …
Me sumo a ti, mi amigo y compañero , para reconocer su valía , su fortaleza y su valentía .
Hasta siempre mi querida Dr Betancort .
^_^
Al llegar hoy al trabajo me entere de la noticia,no la conocí personalmente, me habían comentado su mal caracter lo mismo que su capacidad de esfuerzo en el trabajo; es una pena morir tan joven,al menos no tuvo que estar mucho tiempo sufriendo.
Mi sentido pésame a la familia y compañeros.
Me gusta tu reportaje hacia su persona.
Hola Juan, nosotros nos enteramos esta mañana, para mi, nunca tuvo un mal gesto, el poco tiempo que pude compatir con vosotros en el inicio de mi residencia, fue muy amable conmigo, supongo que le caí bien. Allí conocí a Eva, fueron tres meses maravillosos, mágicos, siempre la recordaré, allá donde esté espero que sea feliz y a pesar que el tabaco le pasó factura, me cuesta imaginarla sin su sempiterno cigarrillo en la boca.D.E.P.
Sí, Fer, es difícil no imaginarla sin el cigarrillo…
Simplemente Gracias.
Gracias a vosotros, Daniel.
Fui residente de M. Intensiva entre 1993 y 1997. Estaba buscando por curiosidad por internet la composición de miembros actual del servicio y me he encontrado con la triste noticia. Has descrito a Elsa perfectamente. Tenía mucho de confidente, y de madre, y mucha psicología. Siempre ayudaba a los demás en el plano personal cuando le confiaban algún problema. Mi más sincero pésame a su familia. Marta Sádaba
Marta, coincidimos una vez precisamente con ella en Valencia hace ya unos cuantos años. Muchas gracias por haberte detenido y leer esta entrada. Un abrazo.
Bella palabras para una tia una madre en algun momento los mejores recuerdo de una infacia difisil los recuerdo a tu lado te queria ti te he querido y te he hechado de menos esos verano me dieron mucho en mi vidad y sobre todo muy bueno y hasta podria decir los mejores de mi nines sienpre me hubiese gustado haber pasado mas tienpo contigo y haber tenido mas conctato contigo eras como una madre cuando tenia dudas te llamaba por telefono pero no separaba las distancia buen viaje mi querida tia ya llego otra estrella al cielo una muy grande tequiere y te recuerda tu sobrina elsa betancort martnez