Las vidas que inventamos es la última novela publicada por Fernando J. López y mi primer acercamiento a su mundo narrativo, que es variado, sin duda de vocación precoz, y activo, en pleno desarrollo.
Es la historia de una pareja, de un matrimonio con sus ires y venires, sus pequeñas desavenencias, sus puntos de encuentro y sus aspiraciones; es la historia entrecruzada de Gaby y de Leo: las decisiones que toman; las historias que arrastran desde pequeños, y las circunstancias del siempre elusivo presente, forman el tejido de esta novela nada amable, que fotografía con afilada pluma ciertas facetas del ser humano que a veces se mantienen ocultas o que no notamos de tan visibles, de tan manidas.
Las vidas que inventamos es la fotografía de la Mentira. Sus protagonistas, queriéndolo uno, no sabiendo qué hacer la otra, entrelazan su presente, y por ende el riesgo del huidizo futuro, con los hilos de la fantasía, de la falta a la verdad, hasta que logran hacerla pasar como real.
No es una historia de amor. Es más bien la historia de un desencuentro. Nacido de una pretensión, mantenido quizá por pereza o por costumbre, el matrimonio formado por ambos protagonistas navega sin querer entre las aguas de lo cotidiano hasta tropezar con la pared del fastidio y de lo fatídico. Cómo consiguen circunnavegar esas aguas turbulentas que ellos mismos remueven es la columna vertebral de esta novela cuyos protagonistas poseen el mérito, en Leo de forma consciente y en Gaby circunstancial hasta alcanzar la liberación, de jamás engañarse a sí mismos a pesar de que viven inmersos en una gran mentira, que es la vida que ambos comparten.
Fernando J. López no ceja en demostrarnos el fondo mismo de sus protagonistas, el tedio que les lleva a situaciones límite y el ingenio que necesitan para mantenerse a flote y aún para reinventarse una y otra vez. Gaby es quien despierta a la libertad, Leo es quien perpetúa un sistema de supervivencia que le permite salir siempre airoso, o al menos tener siempre a mano las cartas ganadoras.
Podría tratarse de una novela de perdedores, porque es la historia de un fracaso. Pero no lo es, porque, juego de espejos, tanto Gaby como Leo terminan consiguiendo lo que secretamente anhelan: una rompe con todo lo que parece falso; el otro se transforma una vez y otra más, dejando tras de sí cicatrices invisibles y heridas que nunca cierran. Ambos reflejan el egoísmo de nuestros días; ambos pueden ser juguetes rotos, como aquellos que les rodean, pero consiguen salir a flote, y el cómo es el corazón del relato.
La vida que inventamos refleja una parte de nosotros mismos y de nuestra sociedad muy actual, teñida de cierta ironía y al mismo tiempo de clara tristeza y a veces de cierta impotencia o más bien de desamparo. A Fernando J. López no le molesta mostrarnos personajes que pueden llegar a ser antipáticos, porque sabe que, en un estrato o en otro, más profundo o más superficial, en todos nosotros hay algo de Gaby, y sobre todo, algo de Leo, que lucha por perpetuarse y que a veces emerge aún aunque no lo deseemos.
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