Aquí estás, después de todo este tiempo.
Me has llamado balbuciendo palabras, escupiendo intenciones.
No está mal. Nada mal. Pero ya es tarde.
Puedes llorar un río, puedes deshacerte en lágrimas acuosas. Qué más da.
No es venganza. No te quiero para eso.
Ni para nada.
Y ahora llegas pidiendo perdón por haber estado equivocado, por haberme infravalorado, qué se yo.
Te oigo con los ojos abiertos. Porque yo lo recuerdo todo y tú no eres así.
Al menos cuando estábamos juntos.
No eres amante, no eres querendón; eres manipulador y exigente. Y egoísta. Y pendón.
Llora un río, o dos. Arrepiéntete como masa agnóstica. Dime que me quieres y que me extrañas.
Haz lo que quieras.
Que yo construyo puentes sobre tus lágrimas.
Llora un río de perdones, que yo quemaré las barcas que te atraviesan para no verte más.
Llora un río por mí. Ésa es hoy tu desgracia.