Me gusta el olor de la mañana entre las almohadas. Me gusta sentir el tacto aún tibio y descubrir alguna arruga del sueño y del cariño derramado.
Me gusta el sonido del agua al correr, agregando una promesa de después mientras me desperezo a gusto en la cama algo revuelta, llena de deseo embotellado y de sudor perdido y consciencia recobrada.
Me gusta hundir mi cara en las almohadas y percibir el olor del amor y el del descanso, el de la locura con sabor apasionado, y el de la calma con olor a noche fresca. Y sentir en la yema de los dedos el roce de tu pelo, la caricia de tu piel pegada a mí, llena de esa vitalidad que eres tú y que tanto me gusta.
Me gustas tú. Cuántas mañanas encerradas en los suspiros arrancados al despertar y descubrir tus párpados cerrados, el ruidito simpático de tu respiración y la línea tan bien hecha de tu boca. Cuántas caricias hechas para aprenderse las formas de tu rostro y dibujarte en el vacío; cuántas para aprender tu tacto y así reconocerte en la distancia nocturna, y cuántas me hacen falta para nunca, nunca olvidarte.
Me gusta tu peso en la cama. El lento balanceo de tu cuerpo al acercarte o al alejarte, en esa marea del durmiente. Me gusta encontrarte entre las almohadas, y llenarte de besos con sabor a despertar. Me gusta el fresco que se escapa de la mañana y cómo tu piel desnuda se eriza al sentirlo. Y cómo buscas mis caricias entre el sueño y te hallas en mis brazos con abandono y alegría. Me gusta gustarte y hacerte feliz.
¡Ah…! Qué felicidad.