Esta mañana no quise despertarte. Dormías plácidamente enroscado sobre ti mismo como en una interrogación perpetua. El sol entraba suavecito, con esa dulzura que tiene en diciembre, dejando escapar un calor leve que apenas nos toca la piel.
Apenas llegaba ruido de afuera. La calle parecía vacía, aunque ya no era tan temprano. El cielo estaba escarchado, como el borde de las ventanas, y el frío leve jugueteaba con el pelo de mi pecho. Me hacía cosquillas, como me hacía cosquillas tu espalda junto a la mía, y mi pecho junto a a tu espalda. Ese extenso mar de piel en donde verter cien millones de besos y en los que podría ver cien películas sin cansarme de su orografía.
Era la primera vez que te veía dormir. Era la primera vez que tu rostro descansaba sobre mi almohada, tan cerca de mi corazón; la primera vez que tu pelo se mezclaba con el mío y sudábamos juntos y pasaban las horas juntos, en un desprendimiento físico y un agotamiento de próxima vez.
Por primera vez veía tu rostro, las cejas tan bien dibujadas, esos párpados cerrados y la nariz recta y los labios bellamente cincelados en un rumor de oleaje. Nada me pareció más bello que tu presencia allí, en mi cama, en esta mañana de ensueño, en el que aún se veía la luna hecha un pincel en el horizonte, y las estrellas brillando en el sudor de tu piel y la mía.
Respirabas lento, suave. Tan distinto de la noche, lleno de pasión y de ansia, y casi de melancolía.
Por primera vez besé esos labios interrogantes y sentí que el mundo se diluía bajo mis pies y que tus brazos me sujetaban para no caer de rodillas dentro de tu corazón. En ese momento, en el que más fuimos uno, cogiste mi corazón tembloroso entre las manos y lo mordiste con fruición, sin pedirme ningún permiso, y sin necesitarlo si quiera.
Y la noche pasaba entre el océano blanco de mis sábanas…Por primera vez yacíamos juntos, y tu corazón latía tan cerca del mío que casi lloro de gozo, y tus manos rodeando el eje de mi cuerpo, haciéndome tierra y mar y aire y cielo a la vez… Por primera vez el amor duraba un ensueño más allá del tiempo. Lento entre tus brazos; rápido entre tus piernas; eterno en tu rostro…
Por primera vez vi tu rostro lleno de gozo y la luna resplandecía en él, tras la blancura de las cortinas, tras el estallido de nuestras pieles… Y pensé reventar de amor allí mismo, entrelazados, y gozado de plena alegría con cada beso que me dabas, con cada abrazo, con cada arrullo.
El cielo caído en la noche amanecía contigo dormido, rodeado de almohadas en un sueño níveo, con la boca discretamente abierta esperando un beso y las pestañas cerradas al sol suave de la mañana.
Y no quise despertarte porque era la primera vez que dormías entre mis brazos, porque era la primera vez que, yaciendo juntos, mi corazón temblaba de gozo por tenerte conmigo, y porque nunca me has parecido más dulce que esta mañana de cuento, ni más apasionado que esta tarde de arrullo, ni más feliz que esta noche en la que, de nuevo, bordeamos el ansia de un amor.
Y jamás olvidaré esta mañana cuando vi por primera vez tu rostro lleno de sueño y lleno de mí, entre mis almohadas, entre el leve ruido de los cuerpos que se despiertan; ni cuando me encontré con la más luminosa de las sonrisas después de estirarte y de mirarme lleno de paz y con ganas de más…
Por primera vez lleno de ti…
Para no olvidarlo nunca.
Simplemente puedo decir una cosa: PRECIOSO!
Gracias, Jesús. Muchas gracias.