Silencio arriba y abajo, oscuridad, pálida luz lunar, unas estrellas escondidas tras las nubes. Algunas gotas aún caen por las ventanas. Ha dejado de llover.
– ¿Oyes?
Me vuelve a preguntar. Y yo le miro. Y sus ojos sonríen claritos y desnudos, como su piel sobre la mía. No hay ruido, todo parece respirar una calma similar a la del amor. Y lo entiendo.
Es el amor.
– Sí.
Respondo. Es el sonido del amor. Es el regalo del silencio. Es la quietud que se halla entre los dos y el mundo que nos rodea.
Y me asomo al balcón de sus labios y le doy un beso.
Cerramos los ojos. Y su respiración se hace lenta, pesada, casi un susurro. Y la mía.
Paz.