Un rumor, un oleaje parecido a la razón dictaba mi intuición pero me reservaba del dolor o al menos de la sensación frustrante de no ser libre.
Libre para amarte por entero.
Algún día podré volar y seguir el sueño de tu nombre, perseguir libremente mis deseos y que mi razón carcelera se doblegue a ellos, como ellos lo han hecho a mis sueños.
Conocerte ha sido un sueño, un signo, un sino. Tenerte cerca entre los susurros del amor despertó mi piel, e hizo mella en mis sentidos, dormidos hasta que te conocí, callados por desconocimiento, sedientos y hasta enojados. Pero tus labios, y el frío de tus dedos, y el contacto casual de tu desnudez con la mía, suave y rabiosa a un mismo tiempo, cayeron en cascada sobre mi alma turbándolo todo: mi vida, mi corazón prisionero del deber y la realidad.
Pero un día me iré. Un día seré libre dejándolo todo atrás: las responsabilidades heredadas, los hechos que rebajan los sueños, la realidad que acosa a las personas hasta hacerlas copias borrosas de sí mismas, oscuras y tristes.
Hay que partir para vivir, y mi vida está en tus huellas, tras las cuales el amanecer se desborda deseoso y altanero. Nada de lo que pueda decir mi razón que me ata aquí, lejos de ti, puede hacer que deje de pensar en ti, de soñar contigo, de viajar contigo en las alas de la imaginación y los besos que nos dimos, que todavía nos damos cada vez que cierro los ojos con tu imagen encerrada en mi pecho.
Antes de conocerte todo era uniforme, gris y con un sentido plano. Seguía a la noche, cuyas sombras dibujaban el brillo de mis ojos; la luna en su cimitarra; las estrellas guarecidas tras nubes de lluvia. Antes de conocerte todo parecía predispuesto, y la inamovilidad, eterna. Sentía que me quedaba para morir, como se quedaron todos los que me precedieron, yaciendo sobre la tierra pensando en el fin del mundo, desconocedores de una vida de aventuras, de que un sueño lleno de energía puede alzarse contra todo y vencerlo. Antes de saber de ti, este mundo mundano era mi cárcel y mi escaso premio. Y mi única salida.
Hasta conocerte.
Y fue cuando supe. Cuando me di cuenta que mi intuición no me engañaba, que mi corazón latía por un motivo, y que nada tenía que ver con mi vida, si no con una libertad difícil, destructora y única: aquella que rompería las cadenas de mi pensamiento y me dejaría volar hasta tus brazos, saltado de sueño en sueño hasta aterrizar en la tierra sin fin de la vida, partiendo para vivir, cerrando los ojos al pasado, abriendo el corazón y la boca al amor y al futuro.
Algún día podré volar lejos de aquí siguiéndote, deseándote, amándote.
Partir para vivir, dejando todo atrás: la muerte de lo que me apresa, la sequía de la esperanza, la enfermedad de la soledad.