No es ni mejor ni peor. Ni frío ni calor. Ni dolor ni alegría. Hay momentos, como hoy, en los que me asusta ser tan insensible. Porque estoy como muerto.
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Miedo de enfrentarme a la Creatividad como al Cambio. Toda visita al precipicio me destroza los nervios, me recuerda mi intenso vértigo.
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Pero a veces hay que saltar. Sin red o con ella. Sin sentido o con él. Pero hacerlo. Hacerlo siempre.
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Pero, ¿cuándo?
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El dolor ajeno sólo es eso: sentimientos de otros, no del Otro que llega a obsesionarnos. Ni siquiera el Nuestro, que nos atañe más.
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Porque el Otro, aunque lo amemos, no deja de ser un extraño.
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Porque el Otro, aunque lo amemos, es libre y nosotros somos su esclavo.
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Amo como otros odian. Con la misma pasión y el mismo delirio. Por eso, y por muchas cosas que prefiero callar, me gustaría no tener corazón.
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Pero tengo. Y late. Late sin cansancio. Desde el primer minuto hasta el postrero. Incansable, hasta cuando enferma… Pobre corazón.
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Pobre…, ¿él?
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Tengo tantas carencias que soy incapaz de ver, a veces, el Bien del que procede tanto defecto.
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La falta de amor puede enloquecernos.
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De amor propio. Y del Otro, que es ajeno a lo que nos pasa, pero que transforma nuestro paisaje hasta hacerlo perfecto. Tal es el poder de ese Hechicero.
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He perdido mi libro de embrujos por alguna parte. El Destino se burla de mí y caen los años y me asombra ser ya viejo. Qué vértigo.
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Me marea ser consciente de la inconsciencia con la que he vivido.
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Me decepciona ser consciente de tantos errores.
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Me irrita ser tan imperfecto… ¿Hay un mecánico en la sala?
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¡Qué día tan perfecto! Qué noche tan oscura. Un intenso mapa de días perdidos.
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Así es mi vida: un puro desperfecto, un constante malgasto.
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¿Quién puede pensar en el futuro cuando el presente es tan oscuro?
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Si he vivido para el bien, tocará también vivir para el mal. O para lo que creemos que es malo, que quizá sea lo mismo.
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En este mundo de pantomimas, descubrirse inútil no es más que una patraña maravillosa del Destino.
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Todos somos un dibujo inacabado, un trazo en el universo. Pero hay bocetos más logrados.
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Mar verde de bosques en extinción. Mar azul de bruma intermitente. Faro que lanza su sonido de augurio, su luz de resaca. Niebla que todo lo acaricia y que penetra hasta el último rincón del alma. A veces soy mar embravecido, a veces árboles calcinados; a veces, sólo un pobre hombre en medio de la Nada.
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Marea que marea, oleaje que viene y va. Como el vértigo que nos obliga a lanzarnos, con red o sin ella, en el vientre del Destino.
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A veces me gustaría no tener corazón.
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Pero lo tengo. Y puede que lo necesite. Y puede que no sirva para nada.
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¡Pobre corazón!
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Pobre…, ¿él?