Tenía miedo, miedo de que no me quisieras. Era una tontería, lo sé, pero lo sentía. Porque eres tan hermoso, tan joven y parece que hay entre nosotros tantas diferencias, que ha habido momentos en los que me dejaba arrastrar por las conveniencias, tan vulgares sin embargo, y por el sentido común, que nada sabe del amor.
Tu sonrisa de ángel; tu tacto suave y firme; tus ojos profundos y brillantes; todo me dice que me amas. Y no puedo creer mi suerte, cuán afortunado soy bajo las estrellas que cobijan nuestro encuentro. Tu pelo castaño, de punta casi siempre; esos hoyuelos que sonríen cuando me ven; ese pecho amplio sembrado de una pelusa suave y graciosa; esas piernas de gacela, y ese espíritu errante hacia el cielo… ¿Cómo no temer por que no me quisieras? ¿Cómo aceptar ese regalo de tu presencia, ese corazón que se acelera, esa respiración entrecortada que acoje tu nombre, sin dudar? Eres tan joven y tan bello, tan delicado y tan fuerte a la vez… Eres todo lo que siempre he soñado y que ignoraba. Encontrarte tan lejos en mi vida no aguzó la miopía de mis ojos, y mis brazos aún pueden sostener la bravura de tu empuje con graciosa alegría.
Y te ofrecí mi abrazo vacío a la espera de tu cuerpo, y te ofrecí un corazón que aún late y se acelera gracias a ti; y me acogiste con esa boca de seda roja, y aceptaste esos regalos sin exigencias, sin dobleces… Y yo temía, ignorante aún de tu entereza, porque no era lo que hoy soy gracias a ti, a tu sombra que se recoge en mi abrazo y se impregna con mis besos y se extiende sobre mi vida como un río. Pero ahora soy otro yo que se llena de ti, y que te ama.
Ahora sé que estarás a mi lado siempre, con tu anhelo rítmico, con tu magia y tu sabiduría. Ahora sé que me amas con un poder que iguala al mío, y un brío que se equipara al ritmo de las mareas. Y tu belleza me inunda, y tus pocos años ya no me abruman; y sé que serás por siempre bello, por siempre joven entre mis brazos; que tu sonrisa de ángel brillará en la oscuridad del día que venga, y tu tacto seguirá suave y firme y tu voz grave a pesar de las singladuras de la vida; y que estaremos juntos hasta que el mundo se haga eterno, eterno envuelto en nuestro mutuo abrazo.
Así que bésame, bésame lento; que tus labios de seda roja apenas rocen los míos, sedientos de ti. Y ven aquí, alójate entre mis brazos; haz de mi pecho tu cama y una almohada de mi corazón; y llena con tu juventud y tu belleza mi cuerpo, imprégnalo de tu voluntad y tu saber hacer; y yace entrelazado en mí como un garabato eterno; y tócame, búscame, hállame. Y que nuestras manos se encuentren en las sombras nocturnas; y nuestros ojos se acostumbren a la claridad perpetua del día; y no te separes más de dos metros de mí, y el mundo seguirá en su sitio y nuestro amor, por siempre bello y joven, brillando en la eternidad.