El largo día acaba/ The Long Day Is Over.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Música/ Music

Arrastro los pies. Un paso me cuesta un mundo y, el otro, más de un pensamiento encadenado. No logro desenredar mi mente de lo que ha pasado y sigo dando vueltas con la peonza de mi cerebro como si fuese un juego sin fin. Cada paso es como un abismo y duro, pesado y eterno. Pero los doy, uno  a uno, sin equivocarme demasiado, sin siquiera darme cuenta, salvo del ruido del agua bajo mis pies, chapoteando como niño pequeño sin descanso.

Hay días en los que es mejor no salir de casa. Todo sale al revés, o el mundo nos trata del revés, que viene a ser lo mismo. Y el cansancio sólo mina la rutina, que desaparece y se esconde, y desgasta al corazón, cuyo latir se pierde en innumerables intentos por hacer lo correcto. Por eso hay días en que es mejor acurrucarse en el sillón, con la chimenea encendida, y la tele haciendo ruido bajito mientras cabeceamos sobre un buen libro, y una copa o una taza o una caricia al lado.

Y sin embargo, la vida nos arroja en este mar insomne que ruge sin cesar, haciendo de nuestra travesía una montaña rusa de sentidos, sentimientos, escarceos, fallos, intentos, errores y justificaciones, cuando no de misterios sin respuesta, sin redes ni salvavidas; nadamos al alcance de nuestros miembros, rugiendo bajo las fuerzas de la Naturaleza, manteniéndonos a flote sin remedio y a veces sin ganas, como luchando contra nosotros mismos además de contra la vida. Porque la vida es una lucha continua, que parece no tener fin, al menos no por ahora. Y todo es un abismo que escalar de paredes lisas y pulidas; riscos elevados desde donde caer; lagos inundados por gotas de duda, engaños, insalubre negatividad y desilusiones. Y lidiamos como podemos, como nos dejan o como sabemos. Y da igual cómo sean, dónde se encuentren ni adónde nos lleven. La vida se entremezcla, se lía y se deslía usándonos de tejido, de puntadas y de guías, y nos dejamos llevar a pesar de la resistencia, o más bien debido a esa fuerza antagónica, lustrosa y única que nos conforma.

Arrastro los pies. Uno detrás del otro. Y el agua me moja los dedos, enchumbando los calcetines de lana. No debí haberlos puesto, porque los pies además de fríos, me estarán húmedos. Debí haberte hecho caso ayer, pero es que tenía frío. Y vaya si hizo frío. Me gustaría contarte todos los dolores, las vanas esperanzas, la fragilidad del cuerpo, la dureza del espíritu, la firme confianza, las soluciones borrosas y los parches que acabamos poniendo en esa tela que es el cuerpo y que a veces no queda más remedio que desechar. Pero no puedo, porque no me entenderías. No sabrías porqué a veces me quedo callado como una tumba, con los ojos semicerrados y ausentes; no estoy perdido, todo lo contrario, quizá nunca esté más presente, más contigo. Me gustaría compartir contigo mis miedos, que son tantos; mis dudas, que siembran más dudas y dan a luz más dudas en medio de un terremoto de sensaciones a la vez valiosas y equivocadas; lo mucho que me pregunto una y otra vez porqué, porqué y qué hacer; y lo que hago, casi sin pensar, tras el instinto como tras el amor, con ciega confianza y muda razón, porque no tengo ninguna o se me escapan todas, que es lo mismo. Me gustaría que sintieras la miríada de sentimientos que me aturden cada vez que entro a trabajar, esas veinticuatro horas encerrado con el dolor, la esperanza, la desolación, la fragilidad; y la risa, y la sonrisa, y la alegría y el llanto desconsolado y la envidia, la riqueza, la bajeza y el azar. Pero no puedo, porque sé que no me entenderías.

Y no me quejo: es mejor así. Cuando llego, como hoy, con los pies arrastro, y me regañas por lo bajito y corriges mi postura cansada y me sonríes con esa boca de fresa y en los ojos un brillo de estrellas, nada tiene importancia, salvo tú. No me quejo, porque tú eres la mejor de las medicinas, la única en realidad que logra desatar esa parte de mí que queda encerrada en el hospital y a la que vuelvo día a día casi sin echarla de menos; tú eres lo que me mantiene erguido aún en medio de un océano de cansancio, de frustraciones y de dolor ajeno, que llega sin embargo a ser tan mío como las entrañas que me forman. Por ti, mi paso de procesión con los pies húmedos y fríos vale la pena, y me olvido de la incomodidad y de la insensatez cuando me acerco poco a poco a nuestra casa, al hogar en el que el hogar refulge con leña recién puesta, en el que el silencio se llena con tu voz de arrullo y la cama de pluma de cisne, y la ducha de agua cálida y con olor a rosas y el eterno lamento de una fuente de patio. Por ti, mi mundo de patas arriba tiene sentido y es más mundo porque tú lo enderezas y le das movimiento, fuerza y núcleo, magnetismo y tierra.

Así pasan las horas y llego a ti. El sol hundido en medio de la lluvia, el viento enloquecido rodeándolo todo; las ramas de los árboles humildes debajo del agua que cae, y los hombres empapados que van y vienen por las arterias de la vida. Y llego con el paso cansado, cansado y aturdido, hasta encontrarte, y el mundo se llena de luz, y la tibia manta de tu sonrisa me arropa y me seca y me da de nuevo vida. Y me cuidas como a un niño pequeño; me alimentas y me imitas; me mimas y te ríes de mí. Y yo me río y sonrío en este largo y duro día en que todo era un sin sentido hasta llegar a ti. Y saber que la vida tiene una meta, y esa meta eres tú, me ennoblece, me enaltece y me desborda, afortunado y único en el mundo, por tenerte a mi lado, oyéndome, lamentándote, asumiéndome y regañándome. Adoro cada palabra que me dices, cada gesto, cada sonrisa. Para mí vale el giro de un planeta, el brillo de la luna en el otoño. Y la leña encendida y la ducha tibiecita y el arrullo de tu abrazo esponjoso, y el calor de tu cercanía, gravedad que me ata más y más a ti.

En esos momentos mágicos, en los que el largo día acaba, me siento un hombre más cabal, más humano y más pobre, porque tengo salud y un hogar cálido y una sonrisa de bienvenida y una caricia que me lleva, en esos instantes en los que el largo día llega a su fin, a la alegría más pura y sentimental, que es la de sentirse amado. Contigo en mi mundo el mundo cobra sentido, un sentido único que resiste las embestidas del espacio exterior, y que consigue, a pesar de las desidias del largo día que acaba, que llegue a ti con el amor suficiente y las suficientes ganas de darte las gracias, de merecerte y de quererte al menos con la misma fuerza, la misma entereza y la misma pasión que tú  a mí.

Y a ti te dedico estas pocas líneas, mientras el atardecer inunda nuestra casa de ocaso, y la leña crepita en el hogar, y mis pies ya están secos, y tu mano acaricia la mía, con esa delicadeza y esa complacencia que tienen todas las cosas pequeñas, que se sostienen gracias a ti.

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