Para A&A, que están viviendo un sueño lleno de riesgos y miedos pero también repleto de alegría y esperanzas.
Me gustaría decírtelo en voz baja, pegadito al oído entre susurros que sepan a chocolate. Porque te quiero de una manera nueva, de una forma que nunca quise, y aún no me repongo de la impresión que me causaste, ni de la revolución que produjiste en mi interior, y sólo se me da por comer chocolate, que me calma de una manera tonta y me hace pensar en ti.
Esta mañana, antes de irme, era muy temprano. Estabas tan dormido, quiero decir profundamente, que me pareció cruel despertarte. Tenías la cara relajada y una sonrisa en los labios. Creo que, desde que te encontré, no te había visto así de tranquilo. Estás siempre alerta, como a punto de saltar de un resorte. Y sé que no es por mí, pero me preocupa igual. No quise perturbar tu tranquilidad, que sin saberlo, he deseado incluso antes de conocerte. Tus ojos tranquilos, tus brazos enormes separados del cuerpo por esa gran almohada de la que empiezo a tener celos…Es una tontería, ¿verdad? Cómo en tan poco intervalo de tiempo has pasado a ser el eje de mi vida, mi razón para respirar, para luchar y para quedarme despierto. Creo que no he dormido más de cuatro horas seguidas desde que compartimos lecho. No puedo. No puedo dejar de mirarte. Me emborracho con tu imagen, y me emociono tanto, que las lágrimas llegan a mis ojos del puro cariño que me inspiras, y me desvelo, noche tras día, sintiendo tu calor reposado, tu cuerpo pesado y ágil de felino, y ese hueco profundo que has cavado en mi corazón, repleto hasta ahora de sensaciones placenteras y de verdadero futuro.
No sé qué ha ocurrido. No puedo explicármelo. Y lo curioso es que tampoco lo deseo. Sólo quiero estar contigo a todas horas, no separarme de la única persona en el mundo que me ha dejado ser lo que soy, que me ha aceptado sin pestañear y que no me ha exigido nada: un comportamiento, una promesa, un compromiso. Sé que te vi y tuve que sonreírte, y detuve mi camino porque venías hacia mí, y tropezamos y casi me caigo y tus brazos de grúa me ayudaron a pocos centímetros del suelo y me sonreíste y yo tenía mi boca abierta enseñando todos los dientes del gusto que me daba. Tu contacto fue un choque eléctrico; tu mirada, la chispa que encendió mi corazón. Y, para agradecerte la ayuda y el tropezón, te sonreí con todo el sol que tengo en mi alma, y pareciste darte cuenta. Emprendiste de nuevo tu camino y yo seguía allí, de pie, sin mover ni un músculo… Hasta que te giraste, me volviste a mirar, te pareció extraño, supongo, y te acercaste otra vez. Y todo empezó. Y te has convertido en lo mejor de mi vida.
Esta mañana te contemplé como en un altar. Es un error, lo sé, porque eres mi dios. Y, sin embargo, tenía que irme a trabajar y no quería, y remoloneaba tontorrón por la habitación cuidando de no hacer ruido, porque menuda la haría si conseguía despertarte, que entonces no habría fuerza en el universo que me arrancase de nuestra cama. Tu cama. Nuestra cama. Nuestra… Nuestra.
Respirabas plácidamente. Henchías ese pecho enorme, que tanto me gusta acariciar al calor de mi sombra, con un ritmo de bailarín; y te movías con ligeros espasmos, dulces y salados, acomodándote mejor al espacio de pronto enorme del sueño. Y te recorrí con la mirada lento, que no quería desaprovechar ningún rectángulo de piel que quedase descubierto por la sábana; muy lento, deteniéndome en cada recodo de tu cuerpo, en cada meseta y en cada valle. Eres mío. Soy tuyo. Soy tuyo. Y una alegría todopoderosa me llenó el alma como en una Epifanía. Y supe allí mismo que te has convertido en mi religión y en más que en eso: en mi objetivo de vida. Y te juro por el Dios que nos ha unido en esta cama, que mi único sueño es el dártelo todo, porque todo lo mereces, y que sólo tu alegría quiero recibir a manos llenas; oír esa risa que rebota en las paredes; disfrutar de esa ironía que dura hectáreas; y aprovechar para ti toda esa energía que emerge de tu corazón nuclear.
No te desperté aunque quería hacerlo, para comerte a besos, para darte en cada caricia mi eterno agradecimiento. Porque me has despertado de esa eterna pesadilla que era mi vida; me has liberado de la cárcel de sentimientos en los que me encontraba atrapado, y me has regalado el espacio para desplegar mis alas en plena libertad. Y es que eres mi libertad. Lo único que necesitaba realmente para ser feliz…¿Cómo no voy a darte mi vida, amor, si tú me has hecho el mayor de los regalos? Me has devuelto mi propio ser, me has aceptado sin preocuparte, sin añadirte y sin molestarte. Y no has pedido nada a cambio de esa comprensión y de esa energía. Me has enseñado a batir el viento, y contigo bajo mis alas, me has enseñado a volar. Tú me has enseñado que no hay error en lo que soy, sino una pureza exquisita, hecha de oro y cristal, y una pasión inabarcable, que ningún encuentro parece agotar.
Estoy ebrio de libertad, y esa ebriedad eres tú. Desde que te vi y nos sonreímos y nos hablamos y nos oímos y nos acariciamos, nada tiene sentido porque todo cobra el sentido de la normalidad, y el amor que brota enérgico me llena de sobriedad y me enseña el verdadero camino, el sendero que mi miedo, mis inseguridades y mi propio error me impedían apreciar con claridad. Eres mi luz, mi aliento, el viento que se entremete entre las plumas de mis alas y las hincha de vida, de vida etérea, y que me hace volar.
Gracias a ti puedo volar, porque crees es mí y haces que yo crea de verdad en mí. Y el resto es sólo resto, humus sobre el cual nuestra vida en común se afianza con unas raíces que están llegando al centro del universo. Y el centro del universo es tu corazón dormido, y tus ojos cerrados, y tu cuerpo inmenso abrazado a esa almohada de blanda carne, de la que tengo celos de hambre porque está a tu lado cuando yo quisiera habitar entre tus brazos por siempre.
Y me gustaría decírtelo en voz baja sólo a ti y gritárselo al universo a la cara. Soy un hombre nuevo, un hombre libre. Un hombre que se mira a sí mismo, que sabe lo que quiere en la vida y lo que ama: a ti. Un hombre que sabe ahora que es capaz de abarcarlo todo, y que deja el miedo y la duda atrás, muy atrás de sí mismo, porque su protección, su sendero y su única razón de ser, eres tú. Y que está orgulloso de haberse entregado sin pensarlo, sólo sintiéndolo y consintiéndolo, saltando al vacío de lo desconocido porque, gracias a ti, ha aprendido al fin a volar.
Los vídeos de Vodpod ya no están disponibles.