Esta foto representa 25 años dedicados a la Medicina Intensiva. UCI.
En esos largos años ha pasado de todo: mi propia vida. Un tío vivo que no habían parado de moverse hasta ahora.
Este momento, en el que se me aseguraba dueño de un plaza en un hospital de la Seguridad social, es el sueño de muchos, incluidos algunos muy importantes que no están ya y que quizá se hayan alegrado, suspirado o simplemente aliviados al concendérmela.
Mentiría si dijera que la había buscado, o si quiera anhelado. Cuestión de haberme criado fuera de aquí. Lejos de un objetivo, una plaza fija siempre me había parecido un estorbo para el desarrollo, un cúmulo de excusas para dejar el trabajo a otro. Y aunque hay mucho de eso, también hay mucho de responsabilidad asentada y ganas de seguir haciendo cosas buenas a los demás.
Necesité 25 años para esta firma. Todo un arco que se extiende en esa oficina con mi primera firma como residente a ésta como adjunto fijo con plaza. Todo lo que ha ocurrido en ese lapso de tiempo, todas las zancadillas, las ayudas, los errores, las envidias y los favores llegaron a mi mente con cada papel que firmaba. Había quien decía que sería incapaz de conseguir una, pues mi coeficiente intelectual dejaba mucho que desear; otros, eran incapaces de comprender cómo no había adquirido una antes. Nadie conoce los motivos últimos de cada uno, que no por secretos, no dejan de cobrarse un trabajo que casi nadie está dispuesto a tomarse.
Tuve mis razones, como otros tuvieron las suyas para ser generosos o mezquinos. Así es el tío vivo de los seres humanos
Pero en ese momento, sólo pude pensar en todos los que que de alguna manera me arroparon a que llegara hasta allí; los sueños puestos en mis capacidades; la segura confianza en que todo llega. Detrás de mí seguía escuchando en sordina la burla de mis colegas, que no entienden nada; y la admiración de todos aquellos compañeros que, viviendo conmigo, saben que ese gruñón gigante tiene un corazón tan grande que el oro mana de sus venas sin querer darse cuenta de ello.
Una firma así no tiene nada de extraordinario. Una plaza fija de médico hospitalario en la UCI de un hospital casi lo es cualquiera. Casi. Pero esta vez soy yo. Y usé una pluma que llevaba cuarenta años esperando un momento similar; las misma con la que, hace veinticinco, firmé mi primer contrato como residente. Todo ha cambiado, no somos los mismos, pero el corazón late y el sueño y la compañía de aquellos que una vez desearon que algo así fuese posible para mí, se acumulaban esa mañana de abril y llegaban a mi recuerdo, es decir al centro de mi corazón, incapaz de contener más agradecimiento y más serenidad por un apoyo tan constante y una conciencia tan ciega.
Todos ellos merecían esa firma. Todos ellos, los que ya no están conmigo, lo merecían, y los que permanecen, lo merecen.
La firma en sí misma es un garabato en un papel. Pero esta firma es un autógrafo en el alma. De aquellos que siempre me quisieron bien, los que ya no están aquí y los que siguen cerca. Nada de todo lo que he hecho ha sido para mí: ha sido para ellos. Y esa firma rubrica el compromiso que una vez obtuve, uno callado, apenas sin palabras.
Y significa un mundo nuevo, sin ataduras, sin sueños, pero libre. Como la vida que aún queda, como un despertar que promete una nueva oportunidad.
Gracias, sólo gracias por venir. Y seguir aquí.
