Esther Morán o la Dulzura/ Esther Morán or Sweetness.

Arte/ Art

Esther Morán.

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Esther Morán., posted with vodpod

A veces me siento así/ Sometimes I feel this way.

El mar interior/ The sea inside

El pescador de la luna/ The Moon Hunter.

Arte/ Art, El mar interior/ The sea inside, Música/ Music

a AA, a AU, a PR por estar siempe ahí y darme lo mejor sin merecerlo.

Mientras miro por la ventana en esta tarde en que muere septiembre, suspiro recordándote. Todos tus movimientos: recogiendo unas ollas, poniendo agua a hervir, pelando discretamente unas cebollas y ajos, y dejarlas pochando en la sartén a fuego lento, muy lento. El ruido de los servicios, chocando unos con otros al poner la mesa; la forma en la que te quitas el mechón que te cae sobre la frente; la mirada fija en la salsa, en el guiso, en el sabor exacto de la miel y el dedo de aceite y la pizca de sal.

Tus hombros enormes cubren casi toda la cocina; el paño que te sirve de mandil te queda grande atado a esa cintura tan fina, y recuerdo cómo me pregunto por qué tú sí y yo no, con lo que tanto cocinas y comes… Cómo te gusta cocinar: de primero platos delicados, aromas sutiles para paladear el apetito y un vino suave, dorado y muy frío; un segundo contundente, con personalidad aunque sean un par de huevos fritos con el encaje más crujiente alrededor; y finalmente el postre muy dulce, muy suave, muy poco, para no engordar, para no empalagar el beso que viene después, entre el aroma del café o de la infusión para dormir o de la copa antes de salir.

Mientras muere la tarde, ahora que acaba septiembre, te dibujo escalando la distancia que nos separaba cuando nos conocimos; mientras me convencías con cara de niño bueno; cuando me decías una y otra vez que sí, que puede ser, que todo se arregla, que nada es lo que parece y que siempre hay un mañana… ¿Sabes que eres un tratado de optimismo? Hasta que no me arrancaste una sonrisa no te diste por vencido, y hasta que no me invitaste a un café no te quedaste tranquilo. Y el aroma de un Australiano de dulce olor, salpicado de canela y un toque de vainilla, invadió mis pulmones y se mezcló con el perfume de tu piel, hechizando mis sentidos, mareando mi cabeza, destruyendo mis barreras y dejándome libre y a tu merced.

Porque me conquistaste a fuerza de cabezonería. Porque mira que eres guapo, mira que tu cuerpo es un sueño en movimiento, y yo no lo veía porque no quería verlo; porque mira que tu sonrisa es un cielo abierto y tus ojos están llenitos de estrellas, y yo no quería perderme en ellas; porque mira que eres dulce y tierno y apasionado y brujo y quiromante, con tus echadas de cartas y tus lecturas de mano, cerrando mi palma con un beso…

No sé porqué te tenía tanto miedo. Quizá fue demasiado brusco, quizá yo me sentía demasiado vulnerable, qué se yo… Y, sin embargo, no te diste nunca por vencido, y fuiste a por mí aún a pesar de mis constantes negativas, de mis modales a veces demasiado rudos… Nunca tus ojos mostraron cansancio, nunca tu sonrisa se nubló por un mal comentario, una salida de tono…

Mientras la tarde corre a través de la ventana, recuerdo que te veía raro. Porque mira que eres peculiar. Con tu belleza de mudez, con esa piel de terciopelo y esos ojos de océano, cómo te empeñaste en hacer de mí tu presente, tu existencia… Sonrío solo porque aún no lo sé. Después de un año juntos aún ignoro cómo hiciste para romper las barreras de mi corazón duro, cómo enamoraste mi cabeza, mis labios, mi piel y mi corazón. Porque mi yo de hoy, que mira ilusionado la noche llegar, es fruto de ti, de tus esfuerzos, de tu cocina de cielo, de tu piel de seda y de caricias…

Cuando nos abrazamos, aquella primera vez, llenos de temblor, de vergüenza y novedad, el mundo pareció cobrar todo su sentido y dejó de girar en esa hora, en esas horas en las que tú y yo, confundidos entre pieles, sudores, fluidos y aromas, conseguimos aprehendernos, sabernos casi de memoria y descubrirnos de nuevo una y otra vez… Y el desayuno, con aroma a chocolate espeso y leche fría en los vasos, y unos churros recién hechos, y un cruasán crujiente y un zumo naranja como el sol que amanecía tras los cristales, a través de los cristales de hielo del mes de enero.

Fue entonces cuando te vi con toda la luz: el pelo en cascada sal y pimienta; la sonrisa de pilluelo; los hombros más anchos que había gozado, los brazos más torneados que hubiese tenido entre mis brazos, y el torso erecto, defenso, poderoso y lleno de un vello suave como el de un niño… Eres un niño grande, un niño cocinillas, un niño que, calladamente, penetró en mi vida sin pedir nada a cambio y dándolo todo.

Tu generosidad, tu sonrisa de mundo y medio; tu espalda en la que llenar un millón de besos y la fuerza de tus piernas clavadas en el universo… Tu voz de terciopelo oscuro, tu mirada de gasa, tu sereno ulular cuando te quedas dormido junto a mí… Has conseguido que desaparezca todo rastro de tristeza, todo arrullo de melancolía, con el aroma de tu piel de vainilla, con el pimiento de tus labios y el dulce sabor de tu sonrisa…

Y hoy, mientras muere septiembre y la tarde se transforma en noche, una noche más a tu lado, la luna brilla en una esquina del cielo, y refleja su fulgor de plata sobre tu rostro perfecto, ocupado como estás en arreglar las flores de la mesa, en encender unas velas, en enfriar un poco más el vino blanco, en escanciar una botella de tinto, en dar un último golpe de horno al postre… Y me siento demasiado pleno, aunque nunca es demasiado; y demasiado lleno para sentir el mínimo vacío del pasado, y demasiado confiado para pensar en el porvenir…

Y te siento abrazarme por la espalda, mientras contemplamos ambos ahora el último rayo de sol, y la luna inmensa asomada en nuestra mirada. La cena lista espera por nosotros, el vino, el pan, los aperitivos y el postre. Pero el atardecer lo llena todo, la luna lo ilumina todo y nuestros corazones ríen sin palabras.

– ¿Quieres pescar la luna conmigo esta noche?

Me dices. Y te miro, tan bello y tan cerca de mí. Y no pienso en ningún milagro ni en ninguna suerte ni el el pasado ni en lo que está por venir. Sólo en en el hoy, en el ahora. Y en el inmenso regalo que eres para mi vida. Y, entre el aroma a peonías y el perfume de tu piel, sonriendo con tu boca de fresa, sólo puedo contestar con la fuerza de mi corazón.

– Sí, quiero.