Tú/ You.

El mar interior/ The sea inside

Angel. Sarah McLaclan.

Cae la niebla. Lenta, suavemente. Abraza a los árboles, acaricia la alta hierba mojada, envuelve con su manto las chimeneas, las montañas y los ríos. Y mi corazón.

Llueve. Lento. Repica en los cristales de las ventanas y cae gota a gota sobre la alta hierba henchida de niebla. Y sobre mi corazón.

Una tarde moribunda que corre rauda hacia el anochecer oscuro, con su manto de nubes plomizas, con su lento peregrinar hacia el día. Una tarde que acaba en noche como mi corazón naufraga en días, y el calendario cae como la lluvia y pasa a través de mí como la niebla transparente y etérea, transformándome en estatua, en inamovilidad, en puro sentimiento, en corazón.

Mi corazón que late en esta noche que atardece solitaria esperando por ti. No se acostumbra a estar sin ti, sin el abrigo de tu voz ni el amparo de tus brazos. Mi corazón late lento porque la energía de tu cuerpo se ha deshecho en sombras, en sombras de una espera interminable pero esperanzada.

Mi corazón late segundo a segundo con un ritmo que se parece a la noche, llenando mis ojos de lágrimas como gotas de lluvia en las ventanas y se difumina en el centro de mi pecho como niebla sutil, perecedera, finita.

Espera que desespera, espera que no da la paz. Porque la calma eres tú y la dicha y el sentido. Y tú estás lejos de aquí, lejos de mis brazos, lejos de mi mirada y de mi corazón. Por eso espero en la desazón, ahíto de esperanzas que se diluyen con la lluvia; por eso miro siempre al horizonte buscando tu sombra, tu aliento, tu sabor salado y sabroso, tu textura de piel y tus cabellos de plata.

Porque sé que volverás a mí. Año tras año mi mirada me devuelve una esperanza cargada de un porvenir que parece siempre el mismo. Y la primavera deja paso al verano y el verano no es más que el otoño, dejándome en este invierno perpetuo que entra por mis ventanas cerradas, lleno de lluvia que cae y niebla que abraza, lleno de espera esperanzada y desesperada.

A pesar que la luna platea mis sienes, a pesar del tiempo que se empeña en pasar sobre mí, mis ojos siguen oteando tus pisadas, mi boca anhelando un beso del que apenas retienen su sabor, pero lleno de magia…

Tú eres la magia de mi vida, el motivo escondido de seguir con vida. Y mientras espero, la niebla todo lo cubre y la lluvia cae lenta, muy lentamente, sobre mi cabeza, mis brazos y sobre mi corazón. Mudo, cansado, lento, pero tuyo, por siempre tuyo. Hasta que vuelvas.

Regalo de Navidad/ Christmas’ Gift.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside, Los días idos/ The days gone, Medicina/ Medicine

Hace un par de meses publiqué una entrada en este blog titulada: Gracias en la que una persona, con mucha delicadeza, me hacía partícipe de una situación que ambos habíamos vivido y del que ella guardaba un secreto muy suyo. Su historia (parte de la mía) me la ha regalado hoy, el día de Navidad.

Es cierto: es muy difícil dar las gracias ante homenajes que creemos inmerecidos. Pero es necesario aprender a aceptarlos cuando estos provienen directamente del corazón. En el fondo, somos ignorantes del efecto que producimos en los demás, de aquello que podemos generar de bueno o malo; afortunadamente esa ignorancia nos permite mantener cierta distancia y cierta entereza en nuestros actos. Sin embargo allí están, y de vez en cuando bueno es que nos lo recuerden, para que podamos sopesar la eterna responsabilidad y el constante intercambio que tenemos entre los seres humanos.

Agosto del 2.005 fue uno de los peores meses de mi vida. Enfermedad, soledad y trabajo. El 1 de Agosto comenzó un calvario personal que me hizo enfrentarme a uno de los grandes miedos de mi vida, la posibilidad de perder a quien yo más a amo y a mí misma :¿Qué haría  si eso pudiera suceder o sucediera?. Y supe la contestación, una contestación que no me ha gustado y nunca me he perdonado.

En aquel Agosto yo estaba trabajando, era un trabajo que no te dejaba extenuada a nivel mental, pero sí físico. Muy duro y encima de noche. Así que, teniendo a mi ser querido en el hospital, muy bien cuidado por el personal y mi padre y hermano, elegí. Y elegí estar a ratos con ella, porque no quería perder mi trabajo. ¿Mi trabajo? Un trabajo que no me gustaba, que acabe dejando años después por cuestiones de salud y que no dejé de aquella por amor de hija.

Pero también me aterraba pensar en la posibilidad de dejar mi pareja, de que la enfermedad de mi madre dañase, de alguna manera, mi relación sentimental. Y quería, quiero tanto a A., que no me imagino mi vida sin ella.

Así que tomé una decisión, decisión que me costó muchísimas lágrimas, pero también incomprensión por parte de alguna gente (no de mi familia directa que jamás me juzgó, ni siquiera mi madre lo hizo, ni lo hace). Y me sentí sola, muy sola, no porque mi madre pudiera morirse, sino porque nadie lo comprendió. Fui tachada de mala hija. Y la verdad, no sé si lo soy o no, pero me dolió que identificaran mi ausencia con falta de amor, porque yo a mi madre la adoro. Y sé que ella me quiere muchísimo.

Pero entre este tiempo de soledad, de sufrimiento, de mala conciencia y remordimiento hubo un suspiro de paz. El que te conté. Nuestra conversación en la UCI, no solo fuíste un bálsamo para mi dolor por la enfermedad de mi madre, sino también para mi propio dolor.

Aun recuerdo mis palabras y las tuyas como si fueran ayer. Están grabadas a fuego en mi alma.

Me informaste sobre el estado de mi madre, de manera pausada, dulce y tranquila. Me alertaste de la posibilidad de que fuera a pasar un tiempo en la UCI; un tiempo largo si mejoraba y no empeoraba, posiblidad que podía darse. Y yo te contesté que sí, que lo entendía, que se la veía «asténica»… Tú sonreíste ante ese vocablo y me preguntaste si trabajaba en Sanidad. Te respondí, que no, que la medicina me encanta pero no el ejercicio de la misma. Pero que estaba al tanto de x cosas por la enfermedad de parientes. Ahí me ofreciste la posibilidad de habilitar un pequeño espacio para mi madre, para poder verla más a gusto y en mejores condiciones. La empatía, tu cualidad natural. «¿Habilitar un espacio? Idea genial si yo pudiera verla más tiempo que el fin de semana. Trabajo fuera»,  musité, culpable, y bajando la cabeza. Pero, la subí y te miré. Y ví comprensión, comprensión, Juan. Me dijiste: «No te preocupes. Ven cuando puedas, tu madre está bien cuidada». La frase que necesitaba oír para aligerar un poco el calvario la pronunciaste tú. No un familiar, ni un amigo, sino un desconocido. Y, entonces, tuve una sensación extraña. Supe que no se iba a morir, no sé por qué, pero lo supe, y allí (a veces me pasa con la gente, que no necesito tratarla para intuirla) percibí que estaba ante alguien distinto, singular, y pensé que como amigo no tendrías precio, porque en aquellos minutos fuíste más amigo que muchos.

Nunca me he perdonado no haber abandonado mi trabajo por mi madre, nunca, pero sé que lo que hice era lo que había que hacer para romper mi cordón umbilical perpetuo con ella. Lo sé, porque tengo el don de saber qué lección oculta una experiencia,  pero he pagado un precio muy alto: mi conciencia. No estar jamás en paz conmigo porque siento que la abandoné, que le fallé; pero, por lo menos, tú me proporcionaste esa paz durante unos minutos. Y eso nunca, nunca lo olvidaré.

Esta historia, la mía, te la pongo en privado, pero si tú crees que puede servir a otros, te doy permiso para publicarla porque no quiero que ningún acompañante se sienta juzgado por otros, porque NADIE, NADIE, sabe la verdad de nuestra alma. Solo Dios.

Gracias, Juan. AMIGO.

De nuevo mis más denodadas y silenciosas gracias a Cris Pulina (antes Cris Sin Más) por este maravilloso regalo de Navidad, y decirle que nada más estable que nuestro corazón y nada más sabio que los hechos pasados para demostrarnos que todo tiene su lugar bajo el sol, y que está bien que así sea.