He procurado, en este poco tiempo que llevo realizando entradas para el blog, no repetirme en lo que puedo. Sin embargo, hoy lo hago a propósito. Hace un par de meses más o menos (o quizá un poco más, no lo recuerdo ahora con exactitud), vi el avance de una película de aspecto pequeñito llamada (500) Days of Summer. Me cautivó. Y creó en mí esas expectativas difíciles de superar una vez nos enfrentamos con el producto ya acabado.
Tuve la inmensa suerte de verla en un cine de San Francisco. Y ha sido uno de los mejores recuerdos que me llevé de esa ciudad. Es una historia dulce y amarga, tierna y nada amable, sobre los sueños, las expectativas, las relaciones de pareja y de amigos, las fantasías de vida y del amor, los sueños y el enfrentamiento con la realidad; la evolución; la modestia; el artificio; la sensualidad y el encuentro. Además, tiene una banda sonora magnífica.
Es imaginativa y tierna; tiene un número musical con dibujos animados incluidos; escenas con planos compartidos rescatados de los cómics; niñas psicólogas cargadas con la sabiduría que da jugar al fútbol; y una dosis de sentido común que no riñe con la aventura de soñar y que es en todo coherente con la vida diaria. Y es la historia de Tom y de Summer (de ahí el título original.). Y no, no es una historia de amor al uso, aunque contenga todos los ingredientes de una comedia romántica. Y no, no es una comedia romántica al uso, cuando lo primero que leemos en los títulos de crédito es: «Zorra».
Pero es una película adorable en todos sus planos. Y nos deja, pese a todo, un poso de secreto encanto y de realidad amable que es lo que, en el fondo, siempre busco cuando me sumerjo en una buena historia.
