Entre las Ciencias y las Humanidades/ Sciences and the Humanities.

Arte/ Art, El día a día/ The days we're living, Lo que he visto/ What I've seen, Los días idos/ The days gone

   En la biografía de Walter Isaacson una cosa queda clara desde el principio: Steve Jobs fue un hombre peculiar, como todos aquellos que sobresalen, cualquiera sea su escala, en la sociedad; pero sobre todo lo era por su particular postura personal. Era un hombre en el punto de encuentro entre Ciencias y Humanidades.

   Viniendo de una educación mixta, tuve la suerte de hacer un bachillerato en las que ninguna de las dos ramas prevalecía. En mis cuadernos garabateaba fórmulas matemáticas e imágenes bidimensionales de los secretos de la tierra junto con pinceladas, pasajes y poemas que retrataban al mundo y su belleza. Por esa época ya él estaba inmerso en el mundo de los ordenadores, en el tranvía que va del silicio al milagro del iPad. Y yo luchaba por entender el lenguaje binario y me maravillaba con la Commodore, por ejemplo, como antes había jugado hasta la saciedad con el Atari. No soy de lejos ni tan listo ni tan emprendedor como este visionario del siglo XX; tampoco soy un seguidor acérrimo, un admirador ilusionado e ilusionable que le ha perseguido como fanático e idolatrado como a un mini dios.

   Esas cosas parecían agradarle al Sr. Jobs. Esa y otras muchas. No fue, empero, un hombre perfecto, o sólo lo fue en que supo amoldarse, a veces a regañadientes, a su presente y supo adelantarse, con una capacidad teatral que hunde sus raíces en su infancia o incluso antes de nacer, a todo aquello que era necesario o que podría ser necesario en el mundo que se adentró en el siglo XXI. Fue un creador de necesidades, o un visionario. Con un pie en el futuro y otro en el presente, acicateaba su imaginación y restallaba su látigo personal hasta límites insospechados. No fue un hombre fácil ni aspiraba a serlo. Fue más plástico de lo que pensamos y más rígido también; fue un gurú y un hombre binario, es decir de extremos, y con la capacidad de concentración de un rayo láser.

   Steve Jobs fue todo eso sin duda, pero sobre todo, ha sido uno de los pocos hombres de nuestra historia reciente que supo anteponer siempre, siempre la Belleza y el Arte frente a la Tecnología, o amoldar la Tecnología al Arte. Con la industrialización y las ganancias rápidas, dejamos de lado que el aspecto de un objeto va más allá de su funcionalidad. Sacrificamos la Belleza por la producción en masa y a ese pecado lo llamamos Funcionalidad. Y sin embargo Steve Jobs perteneció a esa raza de hombres que sabía de antemano que la Belleza es la más grande seductora de todas; que la Tecnología, atractivísima, sólo podía subyugarnos cuando se vestía con los ropajes de lo bello, y ése fue su secreto: enhebrar los hilos de las Ciencias y las Humanidades en productos maravillosos y útiles, pero por encima de todo bellos.

   Yo trabajo con productos de Apple. Yo empleo productos de Apple. Y les saco seguramente un 10% de rendimiento, porque son bellos y simples, porque su simplicidad (que esconde una ardua labor por detrás) me permite divertirme con ellos, hacen mi vida más fácil, más dependiente también, y más hermosa. En mi escritorio un iMac lo llena todo sin ningún cable que estorbe, y parece algo creado con la sustancia de la que están hechos los sueños.

   No sé qué imagen tendría Steve Jobs de mí si me conociese: no estaba pendiente de ninguna de sus presentaciones, no hacía cábalas sobre sus productos, no me interesaba su estilo de vida, desconocía la evolución plástica de sus ordenadores; tampoco sus peripecias laborales me eran conocidas, sólo su talento creador me atraía, la belleza y suntuosidad de lo que Apple era capaz de crear subyugaba mis ansias de perfección y comodidad. A través del libro de Walter Isaacson conocemos de forma un tanto fría (o más bien como un norteamericano disecciona una biografía) sus fantasmas, sus incongruencias, sus fracasos, sus actitudes, sus aptitudes, sus éxitos y sus obsesiones. Yo no soy ni más brillante, ni más egocéntrico, ni más esteta que él, pero creo que esa búsqueda por unir Ciencia y Arte lo hacía único; esa convivencia entre los límites de los dos mundos, haciéndola posible con un tesón (o una testarudez, según se mire) especial, hacen que me identifique mucho más con sus logros que con sus fracasos, con su tenacidad más que con sus peculiaridades vitales.

   Todos queremos dejar algo para la posteridad. Pero es el viaje lo que importa. Él lo ha demostrado. No es necesario que existan gurús, que se erijan nuevos líderes carismáticos: sólo personas que entiendan que las Humanidades son algo más que estudios interminables escritos en el viento y que las Ciencias no son la clave del éxito de una empresa, si no la sabia combinación de ambas. Ambas ramas del Saber, imbricadas como siempre han debido estar, son capaces de llevar una manzana al infinito y más allá. Y a la Humanidad también.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.