Diego López Otero o la Dulce Inteligencia/ Diego López Otero or the Emotional Intelligence.

El día a día/ The days we're living, Medicina/ Medicine

Lo primero que llama la atención de Diego López Otero es su mirada despierta, tranquila, el pelo moreno y una voz grave, suave y de timbre bajo, tan bajo que suele hablar al cuello de su camisa. Ha tenido que repetir tantas veces lo que dice, que su expresión resignada se dibuja inmediatamente en su rostro nada más expresa algún punto de vista. Pero eso ocurre sólo al conocerlo.

Llevamos diez años de amistad ininterrumpida. Él ya me conocía de un poco antes; yo no me di cuenta hasta que me lo dijo, estando como estoy casi siempre en mi propio universo cuando camino por el mundo; cosas de la miopía, supongo, y de mi casi total desinterés por lo que pasa a mi alrededor. Cuando se lo comenté, se echó a reír con esa risa profunda con la que siempre lo identifico y me acarició la cabeza con esa condescendencia tierna y afable que tanto lo define, de suerte que ese simple gesto, cargado sin embargo de mucha ternura, se ha convertido en casi un saludo entre nosotros cada vez que nos vemos.

Diez años no es mucho tiempo; cuando se vive rodeado de experiencias como las que hemos compartido, es sin duda casi una vida. Desde las más graciosas a las más difíciles, Diego L. Otero ha respondido con la talla más alta del ser humano como persona y como médico. Su sensibilidad, que suele disfrazar hábilmente, sólo compite con su brillante inteligencia, tan natural y válida, que sólo puedo resumir en un adjetivo: dulce. Un hombre verdaderamente sabio es capaz de reconocer cuándo sus habilidades son fruto de un esfuerzo diario y cuándo son un regalo de la divinidad. Un hombre paciente sospecha, y sabe, que esos regalos que pueden hacerlo (y lo hacen) sobresalir del resto, sólo valen la pena cuando se comparten con total generosidad y naturalidad extrema. En Diego L. Otero sus dotes como médico viajan en las alas de su dulce inteligencia, que irradia luz sin generar sombras, y que calienta al abrigo de su cercanía sin parecer incómoda o impostada.

Diego L. Otero y yo somos amigos. Y mi admiración por él, y mi cariño, trascienden todas las fronteras físicas e intelectuales, partiendo y llegando al corazón, terreno en el que él es ya casi un experto. Y en estos días ha estado de cumpleaños. Es un hombre afortunado, y lo sabe; y lo es, porque se lo merece. Pronto recibirá el mayor regalo que pudiera haber tenido nunca, algo por lo que ha suspirado durante mucho tiempo. Y eso me llena de gran alegría. Casi tanto como contarle, y saberle, parte de mis amigos; algo de lo que siempre le estaré agradecido.

Feliz Cumpleaños, Diego.

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