Sólo una vez más/ One More Try.

El día a día/ The days we're living, El mar interior/ The sea inside

anochecer

Estando solo, separado de ti por una pared enorme, un salón inmenso, un desconocido vacío, me siento inútil. Y todo lo que me llevó a herirte porque me habías herido; y todo lo que me trajo hasta aquí, tu abandono lento de marea en retirada, tu deseo apagado como llama trémula; rompe sus olas de dolor a mis pies y tengo que esconder la mirada del espejo, pues el fantasma de lo que fue una vez se ríe a mis espaldas y no me deja respirar.

Abro la ventana y el vaho de noviembre todo lo envuelve: mis pensamientos que fluyen hacia ti por la costumbre; el recodo de luz que aún le resta al día y las esperanzas que se labran para morir dando a luz al primer pensamiento que tengo de ti.

Porque me cuesta pensar en ti como en un parto; tu cabeza saliendo de mi mente, tu corazón latiendo en mis manos. Y me pregunto qué he hecho para llegar hasta aquí; qué impulsos sumados uno tras otro consiguieron adicionar en mi ánimo la fuerza necesaria, el ánimo destructor que ha sabido llevarse nuestra vida en común; una relación comida por el tiempo y asentada sobre un cristal que, de tan sucio, ya no brillaba como solía.

No he terminado nuestra historia por gusto. No ha sido un capricho, una mala jugada. Y, si lo ha sido, más bien es casualidad que partida planeada. Nadie puede querer para sí mismo un dolor que nace de las entrañas y las expone sin vergüenza. Porque el fin brotado de mis labios lleva consigo la parálisis de mi vida: mis brazos son incapaces de sentir un abrazo; mis piernas apenas sostienen la integridad de lo que aún no se ha desmoronado, y mis ojos se niegan a cerrarse y la mente a seguir adelante.

No he dicho basta porque quisiera herirte más de lo que tú me has lastimado.

Y sin embargo, en esta noche todo parece reírse en mi cara. Mis intenciones, pensadas una tras otras; sopesadas de  nuevo; prefabricadas, talladas, esculpidas en el fuego de la determinación; mis sentimientos, heridos hasta su raíz, tanto que se han secado de repente, dejando sus ramas vacías de hojas y de vida; mi integridad, que apenas balbucea lamentos inconexos. Esta noche parece que todo vuelve hacia mí para traerme recuerdos felices contigo. Que cinco años no se pueden olvidar en una frase pesada; que mil días no se borran de los ojos con un manotazo pueril; que la costumbre, agarrotada en el orín de la vida, no permite más movimientos que los ya aprendidos de memoria. Esta noche hace que mi memoria salte de un lado para otro, y hace que mi cuerpo vuelva a sentir el calor de tu proximidad, la dureza de tus brazos, el suave candor de la mirada perdida, de los labios fruncidos y la sonrisa de ala. En esta noche de luna de plata, las estrellas me traen el arrullo de tu respiración, el suave ronroneo de tus movimientos al girarte en la cama; la nítida timidez del primer día, la firme prestancia del día después; la rotundidez de una presencia clavada a mi espalda como un fardo ligero y único… Esta noche embrujada me trae tu cuerpo ondulante, tu baile de formas sinuosas, tu risa de orquesta y tu tacto de locura…Y mis intenciones huyen asustadas; mi orgullo herido se balancea en el precipicio del arrepentimiento y tu recuerdo y tu mirada y tu calor y tu sensatez y tu dejadez y tu negación y tu rectitud y tu necedad y tu incomprensión hacen que llore las decisiones tomadas, naufragan la frágil voluntad y liberan al corazón salvaje…

Te he dejado porque no podía seguir viviendo así. Sin poder saber dónde estabas, sin saber dónde sentías, sin sentir que ya no estabas conmigo. Tiempo atrás me seguías como a un lazarillo y yo me dejaba guiar; tiempo atrás éramos uno solo: pensamiento, palabra, omisión, deseos, sonrisas y sueños. Sin embargo esa unión se deshizo no sé dónde; mis necesidades ya no eran mías ni tuyas, si no de un reflejo magro en el cristal de la ventana; las noches dejaron de fluir en el arrullo de tu respiración y se fueron no sé dónde, pero lejos de mí, y me sentí perdido por primera vez sin que te interesara demasiado mi angustia, mi desazón, ni mi razón. He tenido que dejarte porque, de tanto perderme tras de ti, ya no sabía dónde me hallaba, cuáles eran mis límites y qué quería de mí mismo. Volverme parte de ti, imbuirme de tu necesidad, lamentar tus pérdidas, disfrutar de tus alegrías, compenetrarme con tus locuras, amarte hasta la extremaunción, agotaron mis reservas, deshicieron mis límites y me arrojaron a un vacío ingrávido en el que flotaba rodeado de nada… Y tú inmóvil, estático, estatua de sal, mármol cincelado, frío y frágil, sin importarte la deriva de mi nave, sin percatarte de mi soledad perdida, de mis deseos incumplidos, de mis sueños rotos por la falta de firmeza, por la ausencia de tu mano, por la necesidad de compartir que ya no me dabas… Y el silencio y el hueco en la cama, y ese desprecio afilado que vamos sintiendo día tras día, noche tras noche, y que se llama indiferencia.

Te he dejado porque mi orgullo devastado no soportaba más sacrificios; porque la pira estaba demasiado llena de unas cenizas que ya no te molestabas si quiera en limpiar. No me es fácil; no me ha sido fácil; no me está siendo nada fácil decirte adiós cuando el amor me ahoga la vista, me atenaza la garganta, me impide dar un solo paso para alejarme de ti… Todo lo contrario, ya ves: la noche que arremete llena de estrellas; la luna, oblea plateada suspendida en el cielo de noviembre; los recuerdos de la mente, que evoca tu sonrisa, tus palabras, ese ser que una vez fue; y los recuerdos del cuerpo, que aún tiembla de gozo con el roce, con el tacto, con el calor del aliento y la fuerza de tus piernas, el ansia de tu risa entrecortada y los dedos crispados en busca de placer… Flaqueo, ya ves, en la inmensa soledad de este cuarto, en el ancho océano de esta habitación, en la noche que se asoma y en el dolor de mi alma. Y tiemblo, y ya no sé qué hacer ni qué es lo correcto y si debería escucharte otra vez, sentirte otra vez, confiar de nuevo en ti.

¿Qué debo hacer? ¿Seguir adelante con esta locura insana que me desgarra y me destroza? ¿Mantener la dignidad del ego, la firmeza del orgullo herido? ¿O escuchar al corazón que retumba una y otra vez por tu nombre; saciar de locura unos poros secos de tu sudor; calmar el temblor de mi boca que, ansiosa, busca la estación de tus besos? No lo sé…

Sólo sé que esta noche estoy tan lejos de ti y tan lejos de mí que no sé dónde me encuentro, y que sólo tu recuerdo parece justificarme y atempera el frío inmenso de mi interior, y parece calmar las aguas agrietadas de mi alma y me llama, una y otra vez, a intentarlo de nuevo, a volverte a amar (¿cuándo he dejado de amarte?), a probar otra vez, a confiar nuevamente, a esperar sin vanidad, a comprender sin esperar, a sentir reciprocidad, a aceptar que no somos la reencarnación de nuestros sueños, y que todos cometemos errores: hasta tú y yo… Y a quizá, sólo tal vez, intentarlo una vez más. Sólo una vez más…

¿Y podré?

No lo sé…

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